de Quentin Tarantino. EE.UU, 2012. 165’.
2 de febrero de 2013. Cines Los Prados, Oviedo.
Django es desencadenado por King Schultz, un alemán que se dedica a buscar fugitivos para cobrar recompensas. Durante el invierno de 1858 los dos se asocian con ese fin. Luego se dirigen a Mississippi para liberar a Broomhilda, la mujer de Django, que fue comprada por un cruel terrateniente brillantemente interpretado por Leonardo DiCaprio.
Y no son menos brillantes las interpretaciones de Jamie Foxx, en el papel de ese esclavo negro que pretende rescatar a su amada de las garras del dragón, y de Christoph Waltz, en el de ese alemán locuaz que le ayuda a conseguirlo. También es arrolladora la capacidad de Tarantino para trenzar un guión que atrapa durante casi tres horas. Otra vez muestra su virtuosismo en ese género suyo en el que la sorpresa por lo que dicen los personajes estalla con tanta frecuencia como la sangre de sus cuerpos. Se ha comentado mucho la curiosa simetría entre este
Django desencadenado y el
Lincoln liberador que ahora comparten cartelera en nuestros cines.
Django se interna en el Sur mostrándonos las vísceras sangrientas de la esclavitud,
Lincoln busca cerebralmente en el Norte la manera de erradicarla. Pero los directores de estas dos buenas películas pueden ser comparados también por otras en las que abordan otro terrible tema histórico. Spielberg trató en clave edificante los horrores del nazismo en
La lista de Schindler, Tarantino le sacó partido hilarante con sus
Malditos Bastardos. Sobre la corrección estética y moral del enfoque de Spielberg no caben dudas. Pero en el de Tarantino cabe pensar si no estará usando la excusa de su posición políticamente correcta en esos temas para poder entrar en ellos sin pudor y sacar el mayor partido de su truculencia. Aunque
Django desencadenado me ha gustado, no he dejado de acordarme de las tesis de Muñoz Molina en su polémica con Javier Marías sobre los límites de la violencia en el cine a propósito de
Pulp Fiction. Después de estas dos últimas (buenas) películas de Tarantino que tanto hacen disfrutar (con coartada moral) con hechos relacionados con el mal histórico, empiezo a pensar que Muñoz Molina tenía más razón de lo que yo creía hace dieciocho años.