31 de julio de 2013. Filmoteca Española, Madrid. V.O.S.
En el viaje en tren entre Sevilla y Madrid Mathieu,
un francés acomodado, relata a sus compañeros de compartimento sus
andanzas con Conchita, la bella joven andaluza objeto de un deseo
(¿casi?) siempre inalcanzable.
A los treinta años de su muerte la Filmoteca Española le dedica un ciclo a Luis Buñuel que incluye Ese oscuro objeto del deseo, su última película. La primera, Un perro andaluz, la hemos vuelto a ver hace menos de un mes en la exposición del Reina Sofía sobre Dalí (justo cuando se cumplen treinta años de aquella otra gran exposición que vimos en el palacio de Pedralbes en aquel viaje en el que el azar nos fue tan necesario). Se podrían decir muchas cosas de esta película que tan bien ha resistido el paso del tiempo. La socarronería disruptiva de una historia (aparentemente) lineal con moscas en los vasos, ratones en las trampas, psicólogos enanos y atentados de grupos terroristas como el GARNJ (Grupo Armado Revolucionario del Niño Jesús) me ha gustado tanto como la primera vez que la vi. Y el atrevimiento de combinar dos actrices para encarnar a una andaluza (de nombre tan poco inocente como Conchita) con belleza delicada (Carole Bouquet) o racial (Ángela Molina) me ha recordado el surrealismo onírico del primer Buñuel. Aunque Fernando Rey no porte navajas ni mire pupilas en la luna llena, ese absurdo saco que carga a lo largo de la película y esa tensión sexual no resuelta recuerda aquellas imágenes en blanco y negro en las que unas manos palpaban unos pechos con los ojos en blanco o arrastraban la carga de la burguesía, la religión y la muerte en forma de piano, curas y cadáver. El color y la ironía de este oscuro objeto del deseo andaluz es, por tanto, el cierre perfecto de una carrera cinematográfica imprescindible.