3 de agosto de 2014. Parqueastur, Corvera.
Una canción les une y les salva. Ella la interpreta con su guitarra en un garito de Manhattan. Él la escucha embobado y la imagina con una instrumentación perfecta. Son dos devotos de la música que viven malos momentos. A ella la acaba de dejar el novio de la adolescencia que se ha convertido en una estrella. Él es un productor musical independiente que ha perdido su trabajo. Tras esa noche crucial los dos grabarán un álbum en las calles de Nueva York.
El arranque parece devolvernos al lugar en el que los hermanos Coen abrían y cerraban la magnífica historia de Llewyn Davis. Así sabemos que la música no será solo la banda sonora de esta historia. Será el gran tema de la película. Y hasta el metatema en esa estupenda escena en que los personajes de Keira Knightley y Mark Ruffalo comparten la revelación de que la vida, como el cine, deja de ser banal cuando se la sabe mirar con la armonía de la música. Es una historia blanca con final feliz. Un homenaje a la música independiente, a la ilusión de crear y a la belleza de los sonidos de Nueva York.