21 de noviembre de 2014. Cines Centro, 52º Festival de Cine de Gijón (sección: gran angular). V.O.S.
En una isla japonesa frente a un mar a veces calmado y a veces embravecido una pareja de adolescentes despiertan al amor. Y lo hacen mientras se enfrentan a la muerte. Él ante el cadáver que una noche encuentra en la playa. Ella aprendiendo a despedirse de su madre enferma.
Tras ver la contenida manera en que Naomi Kawase ponía la cámara en las correspondencias fílmicas que intercambió con Isaki Lacuesta en Todas las cartas (la extraordinaria iniciativa que organizó el CCCB hace unos años como extensión de las correspondencias entre Erice y Kiarostami) tenía mucho interés por ver esta película de la japonesa que ha contado con producción española. Reconozco la elegancia de algunas imágenes y las buenas intenciones de esta historia sobre iniciaciones y despedidas. Pero no me gusta ese tono metafísico que comparte con el cine de Malick y que tanto me cansa. El árbol centenario frente a la agonizante, el cordero degollado en el que la adolescente ve escaparse el alma, la danza alegre con que la familia y los amigos acompañan su muerte (¿homenaje al último Kurosawa o idiosincrasia insular nipona?) están bien filmados y seguramente darían para reflexiones con pretensiones filosóficas. Pero yo las veo un tanto metafísicas.