21 de diciembre de 2014. Cines Renoir Floridablanca, Barcelona. V.O.S.
Las estaciones de la pasión de Jesús inspiran esta historia en catorce escenas sobre María, una niña que ofrece su vida a Dios para que su hermano autista se cure. Su familia sigue las enseñanzas de Lefebvre (el obispo reaccionario Marcel, no el pensador marxista Henri) que inspiraron esa Hermandad Sacerdotal de San Pío X en cuya asfixiante ortodoxia se sitúa el ambiente sectario en que se educa (?) esta niña alemana.
Contemplamos catorce escenas (en realidad catorce planos casi siempre fijos) que narran la pasión/abducción de esa niña hiperreligiosa. El paralelismo entre el radicalismo de ese catolicismo alemán con el del Opus Dei español hace fácil que asociemos este Camino de la cruz de Dietrich Brüggemann con Camino de Javier Fesser. La película del alemán tiene una elegancia indiscutible en escenas con tanta fuerza como la inicial de la clase dialogada con el cura integrista, la de la sobrecogedora comida familiar con esa madre casi más germánica que católica, la de la clase de gimnasia con el debate sobre la tolerancia religiosa o la de esa confirmación que parece una coreografía espléndidamente encuadrada. Sin embargo, su mirada sobre el catolicismo sectario alemán ofrece algunas dudas que no aparecen en la mucho más apasionada película de Fesser sobre el español. La niña de Fesser no quiere morir y tiene muy claro con qué Jesús quiere estar. Será católica, pero es bien latina. Sin embargo, el drama de la niña de Brüggemann es que ofrece deliberadamente su vida en busca de un milagro que al final (al menos por parte del director) parece serle concedido. Otra duda es la propia intención de Brüggemann al encontrar un fácil objeto para su denuncia (?) en un extremo de la mitad católica del cristianismo alemán y no buscarlo en la luterana. Encontrar vigas en los radicalismos sectarios es fácil, pero quizá sea más interesante no dejar pasar las pajas en los que se tienen por normales. En esto es mucho más sutil otra reflexión reciente sobre la pasión de un católico. La del magnífico cura que interpreta Brendan Gleeson en Calvary, la estupenda película de John Michael McDonagh con que se abrió el mes pasado el Festival de Gijón.