26 de septiembre de 2015. Cines Parqueastur, Corvera.
El papa Francisco desde la mirada de una periodista española que prepara un libro sobre él. Se evocan los tiempos juveniles en que nació su vocación, su compromiso con los pobres, su valentía jesuítica en los años de la dictadura, su inesperado éxito en el cónclave que eligió a Ratzinger y la llegada a Roma de este cura porteño.
Si alguien me dice hace unos años que iba a ver con mucho interés una película dedicada a reivindicar la figura de un papa no me lo habría creído. Pero es que al personaje lo interpreta Darío Grandinetti, la mayor parte de la historia sucede en Buenos Aires y el papa en cuestión es ese latinoamericano que estos días ha estado en La Habana, Nueva York y Filadelfia demostrando una vez más que es un tipo estupendo. Así que no me molesta el tono reivindicativo de la figura de este hombre que parece decir siempre lo que piensa (y lo que pensamos muchos) sin importarle a quién pueda molestar. Por lo demás, y contra lo que podría parecer, la relación del padre Jorge con esa periodista española que interpreta Silvia Abascal consigue estructurar muy bien un relato que resultaría agradable incluso si uno no fuera incondicional de Bergoglio y de Grandinetti. Antes de entrar en la sala me imaginaba lo violento que podría ser encontrarme, entre el público cristiano que debería abarrotarla, con algunos de esos profesores de religión con los que me metía en el artículo que publiqué hace unas semanas en El Comercio y La Nueva España (La religión, el bachillerato y el recurso del Arzobispo -está en mi blog de educación-). Pero, aun siendo sábado y proyectándose en una única sesión, no había nadie más viendo esta película. Quizá sea porque a ellos no les gusta este papa. O porque no les gusta el cine. Otras dos cosas en las que también discrepamos.