29 de diciembre de 2017. Cines Parqueastur, Corvera.
Un joven con vocación actoral deja San Francisco cautivado por un amigo estrafalario y con mucho dinero que quiere hacer con él algo importante. Así los dos van a Los Ángeles y acaban protagonizando en 2003 The Room, una película desastrosa que llenó de carcarajadas la noche del estreno.
Es tan mala y da tanta risa que hasta parece buena. Eso debieron pensar aquellos a los que la vergüenza ajena no les llevó a obviar aquella estupidez que recaudó menos de dos mil dólares y le costó seis millones de dólares a su loco y potentado perpetrador, sino a encumbrarla como una referencia pseudocinéfila que yo, por fortuna, desconocía. La gestación de aquella patética cosa es recreada ahora por esta otra estupidez que firma un tal James Franco. Después de que hayan pasado cosas tan alucinantes como que The disaster artist haya sido premiada en el festival de San Sebastían como mejor película o que en el festival de Gijón se haya considerado que la mejor de este año era esa bobada francesa titulada En attendant les barbares, solo se me ocurre decir una cosa: estamos locos.