5 de junio de 2018. Cines Parque Principado, Lugones.
Dos mediometrajes sobre el Lorca que cruzó el charco. El primero sobre el poeta en Nueva York (o, como él mismo dijo, sobre Nueva York en el poeta) y también sobre su paso por La Habana. El segundo, más intenso y cálido, retrata la calidez e intensidad de su estancia en el río de la Plata.
Con un formato algo clásico (abundan las declaraciones estáticas frente a la cámara), este repaso sentimental a las experiencias americanas de aquel andaluz profesional (como lo llamaba Borges para criticarlo) nos recuerda que aquellos viajes fueron hitos cruciales para que la figura de Lorca se convirtiera en universal. Los documentales de Juan José Ponce no deberían proyectarse solo un día en una única sesión y en una sola sala (por cierto, no abarrotada), sino muchas veces en salas que deberían estar atestadas de profesores, de jóvenes y, por supuesto, de jóvenes profesores. Aunque solo sea para que todos sepan de la importancia de este artista que jamás tuvo vocación de mártir. O para que muchos descubran que el orgullo de ser español no consiste en detestar la diversidad de algunas identidades de esta tierra sino en conocerlas y quererlas a todas. Y también en ser conscientes de la maravilla que supone compartir una lengua que nos hace tan entrañablemente próxima esa otra diversidad formidable que contiene América. Viendo el segundo documental seguro que muchos que no conocen La Habana, Montevideo o Buenos Aires se preguntarán si pueden dejar pasar su vida sin haberse decidido a cruzar el charco. Para las horas de ese viaje ya saben qué músicas podrían escuchar. Por ejemplo, ese Pequeño vals vienés de Lorca y Silvia Pérez Cruz (de acuerdo, también del gran Leonard Cohen). Aunque la película no tuviera interés por otros motivos, solo por verla a ella cantando esa canción ya sería inolvidable.