7 de septiembre de 2018. Cines Los Prados, Oviedo.
Cuatro treintañeros viajan a Berlín para dar una sorpresa por su cumpleaños a un amigo que vive allí desde hace tiempo. Estarán en su casa de un viernes a un domingo pero el momento es malo porque la novia con la que llevaba dos años viviendo acaba de abandonarlo. Ellos no sabían nada de esa relación. De hecho, sus vidas se han ido distanciado sin saberlo. Podrán comprobarlo en estos días en Berlín.
Las distancias podría componer con Las amigas de Àgata y Julia Ist una magnífica trilogía generacional sobre la soledad y los afectos. Los personajes de las dos primeras están en la tercera década de la vida. Los de Las distancias están en la cuarta. Pero todos comparten un desasosiego larvado que solo se manifiesta cuando amaina la cotidianidad. Igual que en aquellas estupendas películas, la cámara de Elena Trapé nos sitúa al lado de los personajes para que sus palabras, y sobre todo sus silencios, nos afecten casi tanto como a ellos. Es cine de distancias cortas sobre las distancias crecientes de unos seres a los que es muy fácil comprender y también compadecer. Elena Trapé ha hecho una magnífica película que solo se resiente de una cosa. De esa terrible obsesión de la industria cinematográfica española por exhibir las películas impidiendo que en la mayoría de las salas se pueda escuchar en catalán a los personajes que hablan esa lengua. Ya es grave la excepcionalidad de las versiones originales en la exhibición de películas hechas en lenguas extranjeras, pero debería estar prohibido hacer doblajes cuando los personajes de una misma película están hablando en las lenguas de España. Me temo que algunos (seguramente nada independentistas) no se dan cuenta de que al doblar el catalán casi lo están declarando extranjero. ¿Doblarían a todos los personajes si en una misma película española unos hablaran nuestra lengua y otros hablaran inglés? Pero qué digo. Después de la ausencia de críticas ante ese despropósito titulado Loving Pablo está claro que es creciente entre nosotros la anglopatía lingüística y el desprecio generalizado hacia las lenguas de España. Tanto hacia la que compartimos con cientos de millones de americanos, como hacia las que hacen tan maravillosamente rica esta península. Pero no me enrollo más con esto, que Elena Trapé no lo merece. Insisto. Su película es magnífica y se tiene bien ganados los tres premios que le han dado en el festival de Málaga. Ojalá que reciba muchos más.