jueves, 29 de noviembre de 2018

Madame Hyde

de Serge Bozon. Francia, 2017. 95.
29 de noviembre de 2018. Centro Niemeyer, Avilés. V.O.S.

Una profesora de física tiene muy mala química con sus alumnos. Hasta que durante una tormenta sufre una descarga eléctrica que la cambiará bastante. Y no solo de día, también en esas noches de luna llena en que sale a recargarse y luego resplandece.

No me acordaba de que ya había visto otra película de Serge Bozon, así que he reincidido. La mala impresión que me dejó Tip Top no mejora nada con esta extravagante historia que si se toma en serio es muy boba y a la que le falta excentricidad para llegar a ser surrealista. Los tópicos franceses sobre las adolescencias oscuras que Cantet plasmó en su muy cuestionable La clase se hilvanan aquí con unas extrañas divagaciones sobre la profesión docente y unas bromas muy poco afortunadas sobre nazis y yihadistas. Y es que últimamente la programación cinematográfica del Niemeyer naufraga entre la repetición de películas que ya se han visto en las salas comerciales y algunas otras que lamentablemente tienen en común su escasa calidad.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

Tres caras

de Jafar Panahi. Irán, 2018. 100’.
28 de noviembre de 2018. Cines Los Prados, Oviedo. V.O.S.

Panahi lleva en su coche a una amiga actriz a un pueblo en las montañas. Allí buscarán a una joven que quizá se haya suicidado en una cueva. Eso es lo que parece viendo el video que en el que le pide ayuda a la actriz.

Panahi deja Teherán para filmar otra versión de su agobiante encierro. Quizá tomando como trasunto la situación de esa joven que quiere huir de un entorno que no tiene nada que ofrecerle. Con la manera de poner la cámara (en el coche o desde el coche) y con ese guión sencillo pero lleno de pistas irónicas Jafar Panahi vuelve a demostrar su capacidad para hacer buen cine en cualquier cirscuntancia. Y también lo mucho que la cámara le quiere en estas últimas películas. Así que este gran director se está convirtiendo, casi a la fuerza, en un estupendo actor en ese género de la autoficción que últimamente practica con tanta maestría.

domingo, 25 de noviembre de 2018

À l'école des philosophes

de Fernand Melgar. Suiza, 2018. 97’.
25 de noviembre de 2018. Teatro Jovellanos, 56º Festival de Cine de Gijón (sección: Rellumes). V.O.S.

En la calle de los filósofos hay un colegio de la fundación Verdeil. Allí vemos cómo trabajan con unos niños varias maestras tenaces y algunos jóvenes en prácticas. Los niños son muy diversos. Mucho más que en cualquier otro aula. De hecho, solo tienen en común que tienen discapacidades. Sus padres comparten más cosas. Sobre todo un amor infinito hacia sus hijos y una entrega extraordinaria.

Logística y deontología. Pasión y compasión. Esas son las cualidades que considero inexcusables para poder ser buen docente. En el blog de educación tengo un par de artículos con esos títulos. Sobre ellas, pero especialmente sobre la última, trata esta película a la que venía con prevenciones porque el título no me gustaba. Pero no. El título está tomado del nombre de la calle y la película nos coloca sin importunar en el centro de un aula en la que aprendemos muchas cosas. Fernand Melgar tiene un planteamiento tan realista como el de Nicolas Philibert en Ser y tener pero con intenciones bastante mejores. Por ejemplo, la de mostrarnos que la discapacidad siempre es plural y mucho más diversa que las capacidades académicas. O la de recordarnos que los niños tienen vida fuera del aula y que los que vemos en esta película tienen la fortuna de tener unos padres abnegados. Mientras veo este estupendo  documental, que ya incorporo a mi lista de películas útiles para abrir los ojos de la escuela (así titulé otro artículo que también está en el otro blog), pienso en esas juntas de evaluación en las que abundan los profesores disciplinares de deontología limitada. Personas con escasa pasión por su profesión y nula compasión hacia los menores. Gentes que, en lugar de ayudarlos, se atreven a juzgar a los padres de algunos alumnos que tienen  dificultades como las que muestra la película. Así que Fernand Melgar ha hecho una película que debería ser de visionado obligatorio. Pero no solo por los profesores apasionados y compasivos que trabajan en centros especiales. Sino por aquellos otros que no saben que sus centros no serán realmente inclusivos ni promoverán la equidad mientras sean inaccesibles para algunos seres humanos. Así que, pese a mis prevenciones, creo que el premio del público que ha recibido esta película está bien merecido. No así otros de los premios que se han dado en esta edición del festival de Gijón. Por ejemplo, el de mejor película, mejor guión y mejor actor que se lleva la que ha traído este año Hong Sang-soo (y eso que ya apuntaba ese temor al final de la reseña). Me temo que la irónica En busca del Oscar de Octavio Guerra podría servir para entender la decisión de un jurado que podría haber concedido esos premios tan injustos solo por tratarse de un director especialmente valorado en otros festivales. La película de Octavio Guerra, El zoo de Gemma Blasco, Qué tal Pascual de Bárbara Brailovsky o La casa lobo de Joaquín Cociña y Cristobal León me han gustado mucho más que las que he visto en la sección oficial. Aunque dentro de ella me quedo con La carga (alias The Load) de Ognjen Glavonic que merecería el premio a la mejor película y desde luego al mejor actor mucho más que la de la jornada nevada en un hotel coreano. También estaban bien en la sección oficial La favorita de Yorgos Lanthimos, Support de girls de Andrew Bujalski o Wildlife de Paul Dano.  En cuanto al premio a la mejor dirección me ha alegrado mucho que lo haya obtenido la chilena Dominga Sotomayor por Tarde para morir joven (aunque no debía ser compartido con Radu June por I do not care if we go down in history as barbarians). Por lo demás, el ambiente del festival ha sido más pobre que otros años con poca presencia en las calles, una gala inaugural que me ha dejado vacunado para el futuro y la ausencia total de publicaciones diarias que presenten las películas. En todo caso y como siempre ha sido un gustazo acercarme cada día hasta Gijón para ver tanto cine.

sábado, 24 de noviembre de 2018

I do not care if we go down in history as barbarians

de Radu June. Rumanía, 2018. 140’.
24 de noviembre de 2018. Cines Ocimax, 56º Festival de Cine de Gijón (sección oficial). V.O.S.

Una artista rumana prepara la conmemoración de unos hechos que sus compatriotas no deberían olvidar: el exterminio de miles de judíos antes de que los nazis empezaran el Holocausto.

Con tono de documental muy naturalista Radu June nos va mostrando el proceso de investigación (creativo e histórico) que emprende esta directora de eventos callejeros obsesionada por la amnesia de los rumanos sobre unos hechos terribles de los que sus antepasados fueron responsables. Así que los afanes de la protagonista recuerdan por momentos a la manera en que Claude Lanzmann supo hacer de sus películas testimonios históricos imprescindibles. Sin embargo, me temo que él renegaría de la manera en que Radu June ejecuta esa loable intención. Y es que a esta densa película quizá le sobran, además de unos cuantos minutos, esos momentos casi festivos que tanto contrastan con el tema tratado.

The great pretender

de Nathan Silver. EE.UU., 2018. 71’.
24 de noviembre de 2018. Cines Ocimax, 56º Festival de Cine de Gijón (sección: rellumes). V.O.S.

Mona es una directora de teatro francesa que vive en Nueva York. Allí quiere montar una obra sobre su amor con Nick, el tipo con el que acaba de romper. Y lo que montará será un buen lío con él, con la actriz y con el actor que interpretan sus personajes.  

Afectada, impostada, con fotografía eterea y guión previsible. Así es The great pretender, una historia que pretende ser muy off y muy indie, pero que acaba siendo solo muy pretenciosa. Así que el título es casi lo mejor  de esta película sobre una directora francesa bastante idiota que parece aspirar a ser americana. En fin.

Alice T.

de Radu Muntean. Rumanía, 2018. 105’.
24 de noviembre de 2018. Cines Ocimax, 56º Festival de Cine de Gijón, (sección: rellumes). V.O.S.

Alice es una adolescente insoportable. Sobre todo para su madre que primero tiene que asumir su embarazo, luego su decisión de no abortar y finalmente tiene que descubrir que lo ha hecho sin decirle nada.

Andra Guti está impresionante en el personaje de esta muchacha pelirroja de coherencia nula e impulsividad máxima. En la presentación de la película nos pidió que no juzgáramos a su personaje, pero hay que reconocer que se hace difícil, De hecho, la chica no solo le ha declarado la guerra a su madre sino que también acaba siendo una petarda en el delicioso ambiente playero al que le invita su padre. Así que el descubrimiento de esta estupenda actriz juvenil y el buen pulso narrativo de Radu Muntean nos confirman otra vez la excelente salud del cine rumano.

viernes, 23 de noviembre de 2018

Yara

de Abbas Fahdel. Líbano, 2018. 100’.
23 de noviembre de 2018. Teatro Jovellanos, 56º Festival de Cine de Gijón (sección oficial). V.O.S.

Yara vive con su abuela en el hermoso valle de Qadisha, en el norte del Líbano. Allí ya casi no queda nadie. Pronto tampoco estará Elías, el chico con el que ella pasea en los días verano.

Juvenil y estival. Así es esta hermosa película de Abbas Fahdel. En el coloquio el director iraquí destacó el contraste entre el sosiego con que ha puesto la cámara en este bello entorno libanés y la dureza de Homeland (Iraq año cero), su anterior película sobre el drama de la guerra. Yara es parsimoniosa y cuenta poco, así que exasperará a quien no disfrute con la contemplación de una vida rural a punto de extinguirse, con los sonidos del verano en un hermoso valle o con la belleza (casi rohmeriana) de los paseos de una pareja que corteja (otra palabra a punto de extinguirse). Más que a los valles asturianos, como algunos señalaron en el coloquio, ese bonito entorno me ha recordado a los rincones deshabitados que tanto me gustan en el norte de Cáceres y el sur de Salamanca: Las Batuecas, Riomalo o el bonito valle del Cuerpo de Hombre que tengo tan cerca todos los veranos. Así que la manera en que Abbas Fahdel mira el paisaje no solo me resulta muy grata sino también muy próxima. Su retrato es un testimonio sobre el fin de una época. Y también sobre la intemporalidad y belleza de un amor en verano.

jueves, 22 de noviembre de 2018

Viaje al cuarto de una madre

de Celia Rico Clavellino. España, 2018. 90’.
22 de noviembre de 2018. Teatro Jovellanos, 56º Festival de Cine de Gijón (pase especial).

Una madre y una hija en un pueblo de España. Y la notoria ausencia de un padre fallecido al que todavía no pueden nombrar. Las dos se quieren y se cuidan. Y lo seguirán haciendo cuando la hija deje su trabajo de planchadora para irse a vivir a Londres.

Una película de interiores. Los de una casa sencilla y los de las vidas de estas dos mujeres. La contención de la historia exige mucho de unas actrices que deben estar muy atentas a los matices, a lo que se expresa sin palabras. Y hay que reconocer que Lola Dueñas y Anna Castillo lo hacen muy bien. Su trabajo destaca especialmente porque el guión de Celia Rico es excelente. Todo lo que se dice resulta absolutamente real y reconocible en esos interiores domésticos de cualquier familia española.  Viaje al cuarto de una madre es un relato pequeño magníficamente trenzado para componer una historia sencilla que evita los subrayados. Una estupenda película sobre la cotidianidad emotiva que seguramente dará bastante que hablar.

Tarde para morir joven

de Dominga Sotomayor. Chile, 2018. 110’.
22 de noviembre de 2018. Teatro Jovellanos, 56º Festival de Cine de Gijón (sección oficial).

Verano de 1990 en las montañas cercanas a Santiago de Chile. Varias familias con muchos niños y adolescentes se preparan para la Nochevieja. Serán dos días en los que estaremos con ellos e iremos contemplando sus relaciones. Las de unos adultos que acaban de salir de la dictadura y buscan en las montañas una vida más pura. Las de unos niños que buscan una perra y encuentran otra. O las de unos adolescentes apasionados que se inician en el amor.
 
En la línea de joyas chilenas, argentinas o españolas como El verano de los peces voladores de Marcela Said, La ciénaga de Lucrecia Mártel o Estiu 1993 de Carla Simón, Dominga Sotomayor nos lleva a vivir casi en presente un verano de su pasado. De aquel tiempo en que las casas y las generaciones estaban abiertas y uno contemplaba o protagonizaba esos momentos de intensidad infinita que conforme pasa la vida cada vez nos gusta más evocar. Tarde para morir joven es exigente al principio porque sitúa al espectador en medio de una comunidad en la que contempla retazos de conversaciones y relaciones que solo podrá entender si se deja llevar y asiste sin exigencias al paso del tiempo: de los minutos en la película, de las horas en aquella realidad. Y es que Dominga Sotomayor nos sitúa en ese hiperrealismo poético que hace tan magníficas las películas que citaba, pero más por lo que desvelan incidentalmente que por lo que muestran deliberadamente. Así que me parece bien merecido el premio a la mejor dirección que recibió en el festival de Locarno y muy triste que este tipo de cine magnífico que se hace en Iberoamérica tenga tan poca difusión en España.

Wildlife

de Paul Dano. EE.UU., 2018. 104’.
22 de noviembre de 2018. Teatro Jovellanos, 56º Festival de Cine de Gijón (sección oficial). V.O.S.

En los años sesenta un adolescente asiste al deterioro del matrimonio de sus padres. Primero él pierde su trabajo y decide irse de casa para hacer de bombero en un incendio en las montañas. Luego ella se dejará proteger por un hombre rico.

La atmósfera de la película me ha recordado a la de Revolutionary Road. Hay una estabilidad perfecta al inicio de la historia que será arrasada por la forma en que el padre reacciona al despido. Así que el sosegado entorno de Montana y el virulento incendio en las montañas son también metáforas del espacio biográfico en que Paul Dano sitúa a unos personajes que están magníficamente interpretados por Jake Gyllenhaal, Carey Mulligan y Ed Oxenbould. Wildlife es por tanto una película singular que puede ser vista como una propuesta independiente con actores reconocidos o como una película comercial de notable calidad.

miércoles, 21 de noviembre de 2018

El zoo

de Gemma Blasco. España, 2018. 96’.
21 de noviembre de 2018. Cines Ocimax, 56º Festival de Cine de Gijón (sección: rellumes).

En la sala Beckett de Barcelona unas actrices y un actor ensayan y luego representan Captius, una obra de teatro sobre algo parecido al programa Gran Hermano. Vemos muchos momentos de conflicto entre ellos. Entre los personajes y también entre las personas.

Según nos contó en el coloquio, Gemma Blasco había sido la responsable de los audivisuales de la obra y le surgió la posibilidad de hacer esta película. El zoo es un diálogo perfecto entre el cine y el teatro. Y también una forma de mostrar la manera en que estas dos artes se relacionan con la vida a través de los actores. Las tensiones humanas que se representan en la obra se prolongan en los ensayos. Y hasta en alguna función en la que una actriz (o su personaje) tira la toalla y abandona. Una de las mayores virtudes de El zoo (y tiene muchas) es la forma en que consigue entreverar las tensiones vividas y las interpretadas de manera que el espectador deje de fijarse en si los conflictos son ficticios o reales. Porque de lo que está seguro es de que está asistiendo a una experiencia cinematográfica (y teatral) muy singular en la que no solo recorre todos los rincones de la Sala Beckett sino también muchos de los recovecos del oficio de los actores y de la relación con sus vidas. Así que El zoo es una película magnífica que si en lugar de ser Barcelonesa y en catalán fuera neoyorquina y en inglés seguramente sería muy valorada por los programadores de cine y de teatro.

La casa lobo

de Joaquín Cociña y Cristobal León. Chile, 2018. 75’.
21 de noviembre de 2018. Cines Ocimax, 56º Festival de Cine de Gijón (sección: llendes).

María es una joven que escapa de la secta en la que vivía para refugiarse en una casa que constantemente de transforma. Allí aparecen dos cerditos que ella convertirá en Ana y Pedro. Al principio formará con ellos una familia feliz, pero luego tendrá que pedir ayuda al lobo y finalmente terminará de nuevo en la secta.

Tras el corto Corre Brilla Luz Luz de Miguel Ángel Blanca y Jordi Díaz Fernández sobre un mundo sin pájaros (una idea potente con una ejecución que no lo es tanto) asistimos a la proyección de esta maravilla chilena que es a la vez un magnífico documental sobre una secta, un cuento infantil mutante para adultos y sobre todo una exploración extraordinaria sobre los límites a los que puede llegar un cine de animación que aquí podría llamarse de texturización. Las transformaciones en los objetos y las paredes de la casa acompañadas por un sonido cuidadísimo y una voz con un acento cautivador en el que la calidez chilena se funde con la aspereza del alemán hacen de La casa lobo una joya que uno no sabe si está viendo en una sala de proyecciones de un festival de cine o en la de un museo de arte contemporáneo que ha acertado al exponer el trabajo de estos artistas polifacéticos. El poder de las imágenes es hipnótico y se pasa en un suspiro la hora y pico de este aparente plano secuencia artesano y perfecto. El relato está contado como un cuento infantil algo gore, pero el conjunto (también con el preámbulo y la imagen del epílogo sobre la secta chileno-alemana que motiva la película) es mucho más que una sucesión de imágenes extraordinarias. Es un trabajo que merece todos los premios que reciba. Y no solo por su excelencia técnica.

La profesora de parvulario

de Sara Colangelo. EE.UU., 2018. 96’.
21 de noviembre de 2018. Cines Yelmo, 56º Festival de Cine de Gijón (sección oficial). V.O.S.

Una profesora de parvulario tiene un alumno poeta. Se trata de un pequeño de cinco años que de vez en cuando dice "tengo un poema" igual que otros dicen "tengo pis". Cuando eso sucede ella tiene que darse prisa con el papel y el bolígrafo porque al niño los poemas se le escapan. Ella también va por las tardes a un taller literario en el que lee algunos de los poemas del niño como si fueran suyos. Parece que solo ella se da cuenta de que el niño es un Mozart de las palabras y quiere que no se eche a perder su talento.

No había visto la película israelí de Navad Lapid de la que esta es la versión americana, pero me parece fácil que la original fuera bastante mejor. Entiendo que con la música o las matemáticas pueda haber precocidades notables, pero cuando lo que se usa es lenguaje no me creo la idea de un poeta adulto en un cuerpo de niño (salvo que la película coqueteara -y no es el caso- con lo surrealista o lo paranormal). El drama de la madre que advierte impotente la banalidad del criterio de sus hijos adolescentes podría ser un buen eje conductor de la historia. Pero la obsesión por proteger a ese niño al que de repente le vienen poemas como a otros de su edad las ganas de hacer caca, no me parece la mejor base para la película. La profesora de parvulario está en la sección oficial, pero me parece evidente que no se llevará nada.

martes, 20 de noviembre de 2018

Enterrados

de Luis Trapiello. España, 2018. 102’.
20 de noviembre de 2018. Teatro Jovellanos, 56º Festival de Cine de Gijón (sección: esbilla).

Cinco mineros quedan encerrados en el pozo Sotón. Allí pasan bastante tiempo porque en la zona en la que están nadie los busca. Cuando ya llevan trece días se dan cuenta de que deberían empezar a comer. Aunque quizá todo sea lo que ha soñado el único superviviente.

Enterrados está plagada de momentos sonrojantes. Así es esta película que hoy se estrena en el Jovellanos en un festival que no debería incluir en lugar y hora tan destacados una película como esta. Que sea asturiana no justifica tal benevolencia. Concediéndole ese lugar pierde prestigio el cine asturiano y también el festival. Que los amigos hayan aplaudido mucho y que en el coloquio todos se hayan mostrado encantados de haberse conocido solo incrementa la incomodidad que quienes no vamos al cine como otros van al fútbol: deseando que gane siempre el equipo local.

Land

de Babak Jalali. Italia, 2018. 111’.
20 de noviembre de 2018. Teatro Jovellanos, 56º Festival de Cine de Gijón (sección: esbilla). V.O.S.

Una familia india vive en una reserva de Nuevo México. Uno de los hijos pasa los días alcoholizado en un bar de la frontera. Otro acaba de morir en Afganistán y el tercero intenta hacerse cargo de la situación.

Con un dispositivo muy parsimonioso Land retrata el crepúsculo de unas gentes de gestos contenidos y palabras escasas. Babak Jalili consigue que interese esta historia sencilla que sin embargo refleja muy bien la situación de muchos indios en esos reductos en que viven confinados y a la vez tentados por las afueras. Land es una historia áspera y sin concesiones en la que los silencios y los gestos hieráticos dicen mucho de los personajes.

lunes, 19 de noviembre de 2018

La felicidad de los perros

de David Hernández. España, 2018. 79’.
19 de noviembre de 2018. Cines Ocimax, 56º Festival de Cine de Gijón (sección rellumes).

A un gallego de mediana edad que perdió su trabajo en un astillero se le está acabando el paro. Su mujer es peluquera y tienen una niña pequeña. Sin decirle nada a ella un día decide dejarlas e irse a Madrid con parada en Zamora para visitar a una amiga. En Madrid pasará unos días con un hombre separado que vive casi en la indigencia.

La presenta el Ateneo Obrero de Gijón como si fuera una película social y comprometida. Pero a mi me parece más bien el retrato nada crítico de un tipo impresentable que, con su aspecto de guaperas, parece que la única crisis que le importa es la de la de estar rondando los cuarenta. Impostada, inverosímil y afectada, La felicidad de los perros es casi un insulto a tantas personas que en estos años se han enfrentado a la crisis haciendo más denso y protector el tejido de la solidaridad familiar. No renegando de ella, con chulería un tanto machista, como hace el protagonista de esta película tan pretenciosa como prescindible.

Qué tal Pascual

de Bárbara Brailovsky. Austria, 2017. 55’.
19 de noviembre de 2018. Cines Ocimax, 56º Festival de Cine de Gijón (sección rellumes).

Pascual Iranzo es un tipo genial. Un artista de la peluquería masculina que sabe lo que se hace y lo argumenta con convicción. También es un filósofo mundano con un pico de oro y una autoestima envidiable. Sobre todo porque tiene ochenta y siete años y el Alzheimer le acecha.

Desde el Máster en Teoría y Practica de Documental Creativo de la Universidad Autónoma de Barcelona nos llegan dos joyas: este mediometraje soberbio y un cortometraje impresionante. El corto (que no lo es tanto, de hecho dura veinticuatro minutos) se titula Entre raíles y lo firman  Delfina Spratt y Àlex Puig Ross. Formalmente impecable y con el tono justo para emocionar sin caer en truculencias, recoge los testimonios de cuatro maquinistas de trenes que han arrollado a personas en las vías. Son tres hombres y una mujer a los que escuchamos mientras conducen sus trenes. Uno de ellos ha sufrido ocho accidentes de ese tipo. Ella solo uno, pero especialmente dramático. Los cuatro hablan de lo que sintieron entonces y de lo que sienten ahora. Sus testimonios son sinceros y contenidos así que emocionan sin tremendismos. Ya digo, una joya que demuestra la excelencia de Barcelona para aprender a hacer buen cine. Y Qué tal Pascual lo confirma de forma mayúscula. La han hecho Bárbara Brailovsky, Romina Noel Campanelli, Gustavo A. Mejía y Rosalie Timmermans como proyecto fin de Máster. Para presentar la película han venido a Gijón los tres primeros (ellas argentinas, él creo que colombiano) y han podido comprobar que su película nos ha entusiasmado y que ha sido un gustazo escucharles tras la proyección. Qué tal Pascual cerraría una posible trilogía soberbia (aunque involuntaria) con Zaniki y En busca del Oscar. Como contrapunto a la creciente presencia de temáticas femeninas y feministas en la programación del festival, estas tres películas se centran en retratos de varones maduros con ombligos muy notables. Incluso el orden es perfecto como estudio progresivo (en edad y en carácter) sobre el ego masculino en la edad tardía. Decidí ver Qué tal Pascual (además de por la garantía que su supone su procedencia de la escuela barcelonesa) porque la sinopsis me hizo pensar en aquel extraordinario anciano, casi indigente, que sacaba "cosas bonitas" de una caja en la película En Construcción, aquel magnífico retrato que hizo José Luis Guerín sobre la transformación de la zona del Raval en la que hoy está la Filmoteca. Pascual es tan barcelonés como aquel hombre, pero vive en la parte alta de la Diagonal, dirige una peluquería de referencia y viste en tiendas caras donde conocen tan bien sus gustos como los conoce el dueño de la coctelería que frecuenta. Pascual es un anciano sentencioso con unas gafas que me recuerdan a las de Woody Allen (como también las músicas que abren y cierran la película). De hecho, es igual de locuaz que él, pero más alto, mejor vestido y mucho más seguro de si mismo. Verlo solo o en compañía de sus amigos (incluido Serrat) es toda una experiencia porque es un tipo que no calla, que tiene un ego grande y sentencioso, y tan elegante cuando habla en catalán como cuando lo hace en castellano. Un arquetipo masculino, tirando a insoportable, que tiene el exagerado saber estar de quien siempre se imagina frente a un espejo. Y es allí precisamente donde Bárbara Brailovsky lo sitúa para que su cámara haga de espejo (o compita con él, como en las escenas de la peluquería) y nos revele la personalidad arrolladora de este Pascual que es muy consciente de su singularidad y no deja de decirlo. El personaje es muy propicio para provocar la risa en el espectador pero, tanto por la forma en que se nos presenta como por la evolución de la imagen que de él vamos teniendo a lo largo de la película, está claro (y Bárbara Brailovsky así lo señaló en el coloquio) que se tuvieron muy en cuenta esos límites éticos a los que yo aludía cuando cuestionaba el retrato que en Muchos hijos, un mono y un castillo se hacía de la protagonista. Así que ha sido una tarde magnífica con esta estupenda película a la que solo cabe desear tanto éxito (también en su posible exhibición comercial) como el que merecen tener quienes la han hecho posible.

Grass

de Hong Sang-soo. Corea del Sur, 2018. 66’.
19 de noviembre de 2018. Cines Ocimax, 56º Festival de Cine de Gijón (sección oficial no competición). V.O.S.

En una cafetería donde no se sirve soju (pero se tolera) varias parejas conversan sobre sus vidas. En una esquina hay una joven que escribe en su ordenador (¿las historias que escucha? ¿las que imagina?) Por esas conversaciones sabemos de un suicidio femenino pretérito que genera culpas y reproches. Y también de otro masculino frustrado que se está superando. Una mujer niega hospedaje a quien se lo pide y luego un hombre lo ofrece pero no se le acepta. Al final también se bebe soju en esa cafetería en la que siempre suena musica clásica y a cuya puerta alguien contempla fascinado el crecimiento de la hierba. 

Segunda película de Hong Sang-soo en esta edición del festival (esta fuera de concurso). Igual que en Hotel by the river el director coreano apuesta por un blanco y negro melancólico y un tono bastante contenido en el relato. Como siempre en su cine se conversa mucho en torno a mesas, pero esta vez nadie come y hay muchos menos enfados. De hecho, los pocos que alzan la voz terminan emparejados. La perspectiva de la escritora que niega serlo le aporta incertidumbre a la historia y hace dudar de si las vidas intuidas de esos parroquianos son las que hemos visto o las que ella imagina. Esa perplejidad y la sencillez del espacio hace que no tenga claro si he visto una pequeña joya o un nuevo episodio de la serie Hong Sang-soo en los festivales.