domingo, 28 de febrero de 2021

El año del descubrimiento

de Luis López Carrasco. España, 2020. 200.
28 de febrero de 2021. Laboral Cinemateca, Gijón.

Conversaciones de gente corriente en el Tana, un bar de barrio del Lago de Cartagena. Hablan sobre muchas cosas. Sobre cómo les va la vida ahora y cómo nos iba antes. También hablan de lo que pasó en 1992, aquel año en que España parecía tocar el cielo desde Sevilla y Barcelona mientras Cartagena se convertía en un infierno.
 
Con el Informe General de Portabella (no solo el de 1977, también el de 2016) podría medirse esta nueva película de Luis López Carrasco que me parece mucho más atinada que El futuro, su anterior viaje a otro pasado que situó en 1982 (me temo que Felipe González nunca le ha caído nada bien). El año del descubrimiento comienza conceptualmente borrosa. Como si entráramos en un bar y pilláramos a medias conversaciones ajenas que quizá nos interesen. Pero poco a poco la atención de la cámara (y el montaje) se va centrando. Y con ella la nuestra, que no se ve importunada (todo lo contrario) por la decisión de que prácticamente las tres horas y veinte que dura la película se desarrollen con la pantalla partida ofreciendo imágenes, a veces paralelas y otras no tanto, de esas gentes que hablan. El modelo formal es el de Jaime Rosales en La soledad, pero Luis López Carrasco lo lleva más lejos con una insistencia tan atrevida como exitosa. Las imágenes de la violencia pretérita y las apasionadas evocaciones de los sindicalistas en el tramo final de la película constituyen toda una bofetada a los pseudodebates que estos días tenemos a cuenta de la libertad de expresión y los disturbios callejeros por el encarcelamiento del rapero. Con el estilo neutro y tosco de Portabella, López Carrasco consigue trascender las obviedades con solo dar voz a quienes no suelen tenerla frente a las cámaras. Y así escuchamos palabras impertinentes que precisamente por ello resultan tan pertinentes. Como lo que se dice en ese epílogo sindical, con remate en el relato de un sueño simétrico al que abre la película, tras el cual el paraninfo de la Laboral (¡por fin vuelvo a ver cine en un cine!) estalla en un aplauso inmediato y espontáneo. Como si tres horas y veinte minutos hubieran durado solo lo que dura ese epílogo. Así que tras El año del descubrimiento de López Carrasco casi apetece seguir viendo imágenes reveladoras. Así que me animo a recomendar tres formalmente muy distintas a las de esta película pero que encuentro emparentadas con algunas de las cosas que se dicen en ese epílogo: Economía circular, Mi empleo, mi futuro (y 2) y El valor de lo intangible.

sábado, 27 de febrero de 2021

Mary and Max

de Adam Elliot. Australia, 2009. 88’.
27 de febrero de 2021. 25º Mostra Internacional de Cinema de Animació de Catalunya, Filmin. V.O.S.

Mary es una niña llena de complejos y Max un judio maduro y obeso. Ella vive en Australia con una madre alcohólica y un padre al que casi no ve. Él vive solo en Nueva York y está obsesionado con el orden y la literalidad. Los dos mantendrán una larga, tierna y catártica relación epistolar. 

Que la película comience con una música tan hermosa como el Perpetuum mobile de la Penguin Cafe Orchestra ya anuncia que la cosa promete. Y así es. Esta bonita historia de amistad por correo (no electrónico) entre una niña australiana y pobre hombre neoyorquino es edificante (no empalagosa) por lo que tiene de reivindicación de la diferencia y de aceptación de lo dado, pero también resulta una delicia desde el punto de vista estético. Cromáticamente hermosa y coherente (un poco de rojo es mucho), está llena de ironías y sutilezas al alcance de muchos públicos, Mary y Max es una maravilla muy oportunamente programada en esta 25ª edición del Animac que se celebra en Lleida y que estos días podemos ver en Filmin.

viernes, 26 de febrero de 2021

The assistant

de Kitty Green. EE.UU., 2019. 81’.
26 de febrero de 2021. Filmin. V.O.S.

Una larga jornada de trabajo con Jane. Desde que enciende las luces de la oficina antes de que llegue nadie hasta que las apaga por la noche. Ella es asistente de un importante productor de cine cuya empresa tiene una de sus sedes en Nueva York. Jane tiene que encargarse de todo, desde los cafés y las fotocopias hasta las reservas de hoteles y las llamadas crispadas de su mujer. Por eso esté al tanto de los encuentros del jefe con chicas muy jóvenes que aspiran a entrar en el mundo del cine. Jane quisiera denunciar al depredador pero sus compañeros le hacen ver que en ese ecosistema quien manda es impune.

La alimaña podría ser, por ejemplo, Harvey Weinstein. Sin embargo, Kitty Green tiene el acierto de dejarlo en fuera de campo. La película está siempre con Jane (magníficamente interpretada por Julia Garner) y eso hace que sintamos con ella esa atmósfera espesa propia de las empresas en que la jerarquía es nítida hasta en lo tácito. De hecho, la historia se puede ver en clave MeToo pero su contenido tiene también el mayor interés como retrato etológico de cierta fauna oficinesca. En este sentido, aunque las tres son muy distintas y las argentinas son mejores, The asistant compondría un buen tríptico con 36 horas, la película de Néstor Mazzini que vimos en 2019 en el Festival de Valladolid, y con Planta permanente, la de Ezequiel Radusky que ganó la última edición del Festival de Huelva. Contemplados de este modo, aún resulta más enervante esa estúpida veneración de los hábitats empresariales que ha puesto tan de moda en España el uso de la palabra CEO. Un término que lo tiene todo: el habitual papanatismo anglófilo (como pasa con PCR o COVID, las siglas anglógenas se comportan como verdaderos agujeros negros semánticos: atraen mucho pero se entienden poco) y también una buena dosis de machismo léxico (¿alguien piensa en mujeres cuando dice CEO?). Y es que entre officer y assistant está muy claro el reparto de géneros. Y a cuál pertenecen los degenerados.

sábado, 20 de febrero de 2021

Luz silenciosa

de Carlos Reygadas. México, 2007. 142’.
20 de febrero de 2021. Filmin. V.O.S.

Johan y Esther son agricultores  de la comunidad menonita en Chichaua. Con sus seis hijos forman una familia tradicional con una vida rutinaria si no fuera porque Johan tiene una relación amorosa con Marianne y, aunque se siente culpable, no es capaz de dejarla.

La película se abre con un cielo estrellado que precede a la luz del amanecer y se cierra con una luz crepuscular que antecede a la noche. También con un reloj de pared que Johan detiene al inicio y que se pondrá en marcha de nuevo al final. Luz silenciosa es parsimoniosa, cuidadísima en los encuadres y en los sonidos que escuchamos dentro y fuera de campo. El exotismo de esta comunidad ensimismada en Chihuahua resulta muy oportuno para esta reflexión demorada sobre la familia, el amor y la culpa, tres temas recurrentes en el cine de Reygadas. Está claro que sus películas no son para públicos apresurados o impacientes, pero Luz silenciosa ofrece estampas y atmósferas conmovedoras a quienes saben disfrutar con un tipo de cine que respeta a los espectadores y los trata como seres atencionales.

martes, 9 de febrero de 2021

Batalla en el cielo

de Carlos Reygadas. México, 2005. 88’.
9 de febrero de 2021. Filmin.

Marcos participa a diario en la ceremonia de izado y arriado de una inmensa bandera de México. También hace de asistente de un mando militar. Por eso tiene confianza con Ana, la hija de su jefe para la que hace de chófer y algo más. Él sabe que ella se prostituye por gusto. Y ella sabe que Marcos y su mujer han secuestrado a un bebé que se les ha muerto. Será un fin de semana de culpas insoportables para Marcos y de encuentros sexuales agónicos con ellas.

Feísmo y esteticismo emparejados. Literalmente. Desde la escena de la felación, que sirve de prólogo y epílogo, hasta esos lentos giros de cámara en los que las músicas y los ruidos son tan relevantes. Una Batalla en el cielo lo es, por ejemplo, en esos encuentros entre unos cuerpos cuyo contacto parece tan inverosímil en la realidad como en la ficción. Pero Carlos Reygadas es capaz de hacer que escenas inauditas sean a la vez poéticas y trágicas en una película que resulta tan extraña en su contenido como cautivadora en su forma. Y es que mostrar a  unos militares levantando la bandera en el Zócalo o a un hombre buscando la redención en el Santuario de Guadalupe justo al lado de una escena en la que una felación es explícita, poética y quizá onírica son atrevimientos propios de un director que está siempre en las antípodas del cine convencional.

domingo, 7 de febrero de 2021

La ciudad oculta

de Víctor Moreno. España, 2018. 80’.
7 de febrero de 2021. Filmin.

La ciudad tubular y subterránea. El Madrid de las alcantarillas, los túneles, los sumideros y las cloacas. Imágenes oscuras con iluminaciones angostas o cenitales. La vida desde el fondo de los pozos y el discurrir de los metros por las tripas de la ciudad.

Como hizo en Edificio España, Víctor Moreno vuelve a poner su cámara neutra frente a una realidad inquietante y extraña. En aquella magnífica película se escuchaba a las personas y todo se convertía en metáfora involuntaria de unos tiempos aciagos. En La ciudad oscura no hay palabras. Tan solo imágenes que hacen pensar que una caverna puede albergar brillos siderales o ser el escenario propicio para movimientos lentos de cámara que incitan a reflexiones intemporales. Es cine casi abstracto en el que Víctor Moreno tiene el acierto de subrayar que cuando todo está oscuro el sonido se convierte en asidero. Veo La ciudad oculta el mismo día que en Versión Española se programa la película de Elías León Siminiani Apuntes para una película de atracos. Feliz coincidencia de angosturas infraurbanas en tiempos tristemente confinados.

sábado, 6 de febrero de 2021

Jerte, vida salvaje en el valle de los cerezos

de Javier Ortega. España, 2017. 49’.
6 de febrero de 2021. Filmin.

Un recorrido por el valle del Jerte entre la primavera y el verano. Hay cabras hispánicas, caballos y herrerillos. Murciélagos, sapos y salamandras. Abejas, abejorros y grillos. Procesionarias, castaños y cantuesos. Peonías, dedaleras y orquídeas. Piornos, escobas y brezos. Helechos, robles y, por supuesto, también hay cerezos.

Al oeste del valle del Jerte está el del Ambroz y a continuación está mi pueblo que mira desde su cerro hacia la Sierra de Francia. En estos tiempos pandémicos, con tantos espacios perimetrados, uno añora cosas tan importantes como el cine en el cine o el cambio de las estaciones en aquellas tierras linderas entre Salamanca y Cáceres. Desde octubre no hemos podido volver a ellas, así que al ver este documental en modo obligadamente doméstico uno no sabe si lo que le provoca es añoranza o la esperanza de que en la próxima primavera podamos saciar la mirada en aquellos benditos paisajes. El formato no es sorprendente pero las imágenes son deliciosas y la voz narrativa las acompaña de manera oportuna y elegante. Así que no se puede pedir más a un documental sobre una naturaleza que uno siente tan próxima y que ahora parece tan lejana.

viernes, 5 de febrero de 2021

Anatomía de un Dandy

de Charlie Arnaiz y Alberto Ortega. España, 2020. 90’.
5 de febrero de 2021. Filmin.

Retrato del retratista que se inventó su retrato. Vemos al joven de provincias que llegó al Café Gijón para ser alguien en Madrid y al Francisco Umbral excesivo que desde su columna en El País canonizaba o excomulgaba en negrilla. Noventa minutos con semblanzas y recuerdos de quienes lo conocieron, lo quisieron o desvelaron sus secretos. Y también entrevistas y declaraciones de un hombre que tecleaba desde el ombligo en su Lettera 32.

Como Dalí, Umbral decidió ser un artista mediático. Dalí fue el excéntrico oficial del franquismo y Umbral el escritor de la Movida que había venido a hablar de su libro. Los dos compartieron también postureos peseteros y circunstancias familiares que condicionaron su ambición y su carácter. Por eso, aunque resultaban insoportables cuando eran pasto de las cámaras, con el paso del tiempo sus figuras barrocas se van haciendo más interesantes porque su egocentrismo impostado casi provoca ternura pero algunos de sus dardos siguen firmes en la diana. Charlie Arnaiz y Alberto Ortega han hecho una documentada y amena reivindicación del ser humano y el escritor más allá del personaje. Algo muy de agradecer en un país en que se cultiva poco el matiz y la memoria y en el que la caricatura o el olvido suelen ser el destino habitual de sus figuras notables.