6 de junio de 2013. Centro Niemeyer, Avilés.
Unas actrices interpretan una obra de Shakespeare sobre sentimientos amorosos. Después de la función tratan de interpretar sus propias relaciones sentimentales. Esas interpretaciones se cruzan con la vida de Viola, una joven que vende películas pirateadas.
El cine se distribuye en bicicleta en esta película. Metrópolis es el nombre del negocio de esa Viola que, vendiendo películas a domicilio, entra en contacto con esas actrices/amigas que se las ven con la Viola de Noche de Reyes. La realidad y la ficción se hilvanan en esta historia con la sutileza de un juego. Las escenas de los diálogos de Shakespeare (en el escenario y fuera de él) son casi declaraciones de amor (al cine y al teatro). Como la de esas amigas que, mientras la Viola de Metrópolis está llamando a la puerta, enredan sus rostros con las palabras de la Viola de Shakespeare. Piñeiro demuestra en esta corta película su buen hacer con los textos, las imágenes y los actores. Y también con sus amigos. En el coloquio que siguió a la proyección, el director argentino insistió en la importancia de la intimidad con su equipo para crear las atmósferas que necesitaba su película (los primeros planos tan expuestos, el diálogo del coche tan fluido, la canción final tan desafinada...) Ojalá veamos pronto aquí su anterior Rosalinda y también esa tercera película con la que Piñeiro completará su trilogía de mujeres shakesperianas con acento porteño. Delicioso acento. Y delicioso cine del otro lado del charco el que últimamente podemos disfrutar en el Niemeyer con solo cruzar la ría.
El cine se distribuye en bicicleta en esta película. Metrópolis es el nombre del negocio de esa Viola que, vendiendo películas a domicilio, entra en contacto con esas actrices/amigas que se las ven con la Viola de Noche de Reyes. La realidad y la ficción se hilvanan en esta historia con la sutileza de un juego. Las escenas de los diálogos de Shakespeare (en el escenario y fuera de él) son casi declaraciones de amor (al cine y al teatro). Como la de esas amigas que, mientras la Viola de Metrópolis está llamando a la puerta, enredan sus rostros con las palabras de la Viola de Shakespeare. Piñeiro demuestra en esta corta película su buen hacer con los textos, las imágenes y los actores. Y también con sus amigos. En el coloquio que siguió a la proyección, el director argentino insistió en la importancia de la intimidad con su equipo para crear las atmósferas que necesitaba su película (los primeros planos tan expuestos, el diálogo del coche tan fluido, la canción final tan desafinada...) Ojalá veamos pronto aquí su anterior Rosalinda y también esa tercera película con la que Piñeiro completará su trilogía de mujeres shakesperianas con acento porteño. Delicioso acento. Y delicioso cine del otro lado del charco el que últimamente podemos disfrutar en el Niemeyer con solo cruzar la ría.