25 de marzo de 2014. Cines los Prados, Oviedo.
Ron Woodroof es un electricista tejano que tiene claras sus prioridades: los rodeos, las mujeres y las drogas. Y también sus fobias: los homosexuales. Pero descubre que tiene sida y su vida cambia. Rechaza los tratamientos con AZT y busca otros alternativos. Hasta convertirse en el líder de uno de los clubes de compradores de fármacos que en los años ochenta trataban su enfermedad fuera de la medicina oficial.
El american way of live convertido en american way of health. El self-medicated man como trasunto del self-made man. Si la película tratara de educación convertiría en heroicos a los homeschoolers. Si fuera sobre la primera infancia defendería no vacunar. Y si abordara la cuestión de las armas estaría con Charlton Heston. Quizá esto último no. Eso desvelaría sus querencias republicanas y su juego está, más bien, en el maniqueismo y en lo políticamente correcto (la FDA persiguiendo a nuestro héroe, las farmacéuticas utilizando a los enfermos, la médica buena enfrentándose al médico malo...) La clave está en renegar de lo oficial y reivindicar al individuo libérrimo. Ese américano arquetípico con ideas claras y carácter indómito. Un ser que transita rápidamente de la homofobia más asquerosa a la defensa violenta del amigo travesti. En cuanto a Matthew McConaughey, ganar un óscar solo por haber adelgazado quiza sea tan malo para su carrera cinematográfica como para su salud. El actorazo de Killer Joe o Mud (y hasta el de El lobo de Wall Street) interpreta aquí un papel que no llamaría la atención si el actor elegido fuera de natural delgadito. Por lo demás, reconocer en los títulos de crédito que los tratamientos con AZT han salvado a millones de personas en el mundo no redime a este producto televisivo por el obsceno simplismo con que se acerca al tema.