14 de mayo de 2014. Centro Cultural Valey, Piedras Blancas. V.O.S.
Reconstrucción en primera persona de una infancia perdida en Camboya. La que quedó truncada para Rithy Panh el 17 de abril de 1975, el día en que los jemeres rojos tomaron Phnom Penh y comenzó un genocidio que en tres años acabó con casi tres millones de personas. Mediante escenas con figuras de barro intenta recuperar la memoria de aquel tiempo infame que le dejó sin familia.
En 1975 Rithy Panh tenía trece años. Igual que yo. En mi país terminaba entonces una dictadura que había durado cuatro décadas. En el suyo comenzaban cuatro años de horror. Mediante figuritas dolientes e inmóviles consigue recrear lo que fue para él aquel tiempo. Eso es lo mejor de una película a la que quizá le sobran algunos subrayados de su voz en off. Desde antes de The killing fields (y ya han pasado treinta años) el genocidio camboyano forma parte de nuestro imaginario sobre el horror. Por eso lo que nos cuenta La imagen perdida conmueve menos que otros testimonios sobre genocidios. Por ejemplo, The act of killing, el reciente acercamiento de Joshua Oppenheimer al que diez años antes segó un millón de vidas en Indonesia y del que aún hoy se enorgullecen impunemente sus responsables. La imagen perdida es un respetable ejercicio introspectivo enmarcado en una tragedia descomunal, pero no aporta mucho a lo que ya sabíamos sobre ella.