15 de noviembre de 2014. Espacio INCAA Gaumont, Buenos Aires.
Cerca del río está Ernestina, un pueblo con ciento cincuenta habitantes rústicos y mayormente de la edad tardía. La vida allí es pacífica. Hasta que un robo que todos achacan a los forasteros que vienen al río hace que uno de los vecinos asuma labores de guardia de seguridad. Un incendio, un ahogamiento y algunas sospechas dan que pensar sobre si sus verdaderos demonios no serán interiores.
Tras comer en la Avenida de Mayo vuelvo a otra sala del espacio Gaumont para ver este documental que compite con El estado de las cosas en elegancia formal y cuidado en los encuadres. También aquí son los protagonistas los que hablan. La mayoría son ancianos emparejados que muestran ante las cámaras mucho más sobre sus vidas de lo que quisieran declarar. Por ejemplo, ese matrimonio mayor al que parecen unir décadas de odio y recelos. O ese tipo descamisado que entre patéticas risas acaba confesando lo que parece la violación de un cura. Es una película de atmósferas que muestra menos de lo que deja intuir acerca de ese tipo de comunidades asfixiantes que quizá esconden secretos que pudieran hacerlas temibles. Vamos, lo mismo que quienes las habitan suelen pensar de los forasteros. Así que me llevo de Buenos Aires el mejor recuerdo de mi participación en el congreso, del reencuentro con los amigos y de estos buenos momentos de cine y teatro. Volveré.