4 de febrero de 2015. Centro Cultural Valey, Piedras Blancas. V.O.S.
La noche anterior a la entrada de los aliados en París Dietrich von Choltitz, el gobernador militar alemán, se prepara para cumplir la orden de Hitler de destruir la ciudad. Los explosivos ya están dispuestos en los puentes del Sena y en todos los edificios emblemáticos. Pero el cónsul sueco lo visita en el hotel Meurice e intenta convencerlo de que evite el desastre.
Una historia dialogada sobre una decisión difícil. El cónsul le dice al militar que la obediencia no lo justifica todo. Que Abraham debería haberse negado a empuñar el cuchillo contra su hijo. Pero ese es precisamente el dilema al que él se enfrenta: París o su familia. En esa tesitura el militar de los malos acabó tomando la decisión buena. Y arriesgó la vida de los suyos confiando en una promesa que el defensor de los buenos no podía cumplir. Niels Arestrup (el magnífico actor de Un profeta y Perder la razón) y André Dussollier están que se salen en esta historia que parece pedir a gritos ser llevada al teatro. Y Volker Schlöndorff, el director que mucho antes que Haneke llevó al cine una reflexión sobre las raíces del nazismo, nos hace pensar ahora en algunas heroicidades que acompañaron su derrota. Disfrutando de esta estupenda película me he acordado de aquel ciclo que el Centro Niemeyer le dedicó hace unos años y de la impresión que el veterano director alemán se llevó de su bella sala de cine. Era el tiempo en que venían a Avilés gentes como Wim Wenders, Woody Allen o Kevin Spacey. Un tiempo al que quería poner punto final aquel gobierno canalla que puso todo su empeño en destruirlo todo. Mala gente de la peor política con la que ni siquiera habría podido un cónsul bueno.