30 de mayo de 2015. Cines Los Prados, Oviedo.
Tras un inquietante preámbulo en el que una adolescente huye de algo, la vemos con su novio en la tarde en que acabarán teniendo su primera relación sexual en la parte trasera de un coche. Es así como él le transmite algo que lo tiene aterrorizado: la lenta persecución de unos seres que vienen a matarlo. Parece que el mal es transitivo y solo es posible librarse de él pasándoselo a otro de la misma forma.
El miedo como enfermedad de transmisión sexual. Trescientos sesenta grados de alerta ante lo que pueda venir. Esas podrían ser las síntesis del fondo y la forma de esta película. Las historias de terror no me atraen, pero en esta no hay sustos ni aspavientos. Solo la necesidad de estar alerta ante esa normalidad que puede devenir terrorífica. Como cuando de niño tenía que vigilar en la noche toda la habitación desde la cama. Porque el peligro podía llegar lentamente desde cualquier lado. Los planos amplios que giran circularmente, los personajes que avanzan desde la lejanía con una lentitud temible, la ausencia de adultos en esta historia de adolescentes, la desolación de algunos barrios en un Detroit espectral... Son algunas de las cosas que me han interesado de esta película a pesar de los recelos que tengo hacia el género. Tan solo lamento que el final no me acabe de encajar con el magnifico preámbulo. Pero seguramente soy yo, que no habré estado todo lo alerta que requiere este género.