9 de mayo de 2015. Cineteca, Madrid. XII Festival Internacional de Documentales de Madrid. V.O.S.
Yula (sobre)vive en un inmenso vertedero de las afueras de Moscú. La seguimos durante catorce años. Desde que es una niña hasta que comienza una nueva vida fuera de allí.
Los he visto en las afueras de San Salvador. Allí los llaman pepenadores y se disputan con los zopilotes lo que descargan los camiones que llegan al vertedero. Son los nadies de Galeano. Aquí tienen nombres y rostros, algunos muy bellos. Una se llama Yula y empezamos a verla cuando es una niña. Es una más de un lumpen aún más extremo que el que conoció Marx. La directora también es llamada por su nombre. Su cámara pocas veces parece molestar mientras nos muestra la vida cotidiana de Yula en un Moscú exterior en el que nunca hay primaveras. La vemos jugar, crecer, amar. También tener un hijo cuando solo es una adolescente y dejarlo en el hospital. Y varios años después tener otro y empezar una nueva vida lejos del vertedero. Si el Boyhood de Linklater ficcionaba la maravilla de acompañar durante doce años una vida que crece, Hanna Polak hace lo mismo durante catorce con una vida verdadera en medio del infierno. La película conmueve más allá de todo límite. Porque por una vez los nadies tienen rostro, hablan, anhelan y se preguntan por la razón de su destino. El espectador también. Y sale del cine pensando en los costes éticos de hacer esta película. De no intervenir en esa vida que se acompaña. O de hacerlo solo al final. Porque Hanna Polak conoce desde hace años a esa adolescente que deja a su recién nacido en el hospital. Y no aparta la cámara en ese momento. Nos lo muestra con toda crudeza sabiendo que un día ese niño podría ver esta película y preguntarse por qué la directora no ayudó entonces a su madre. El final feliz desactiva solo en parte ese reproche. En todo caso, la película es más que merecedora de ese segundo premio del jurado de este festival con el que, aunque solo hoy, hemos podido coincidir de nuevo en el Matadero.