6 de abril de 2014. Centro Niemeyer, Avilés. V.O.S.
Un carguero danés es secuestrado en el Índico. La duras condiciones de vida que imponen los piratas y las largas negociaciones con la naviera se prolongan durante meses. Mikkel, el cocinero del barco, y Peter, el director ejecutivo de la compañía, son los ejes de una historia con dos escenarios.
La simetría entre Mikkel y Peter no es la única de esta interesante película. Al lado de los piratas hay un negociador, al lado de la naviera un experto en secuestros. Peter tiene buenos asesores, a Mikkel lo apoyan buenos compañeros. Los dos tienen esposas que se preocupan por ellos. Los escenarios son muy contrapuestos (frío y pulcro el danés, cálido e infecto el del barco) pero también simétricos (la sala desde la que Peter lleva las negociaciones es casi tan reducida como la cocina en la que Mikkel trabaja). Las escenas en los dos entornos se van intercalando con equilibrio. Se entiende la tensión de ambos lados y el riesgo que entrañan las emociones para llevar a buen puerto el rescate. Es una historia bien construida y magníficamente interpretada en la que nunca decae el interés. Tan solo sorprende que un guión tan perfecto haya prescindido por completo del Estado como posible actor en este caso. Preocupan las informaciones que se filtran a los medios, pero ni rastro del gobierno danés. Sabíamos que los piratas del Índico procedían de Estados fallidos, pero no que también lo fuera Dinamarca. Así lo parece en esta película en la que su gobierno ni está ni se le espera. Y lo peor es que no parece un fallo del guión. El espectador debe pensar en esta ausencia para llegar a notarla. Quizá sean los signos de unos tiempos en los que entre los piratas y las empresas no parece quedar espacio para los gobiernos.