2 de junio de 2014. Cines los Prados, Oviedo.
Natalia y Carlos son dos jóvenes sin horizonte. Ella vive con dos hermanos y una madre superada. Él tiene que cuidar de una madre disminuida. No trabajan ni tienen formación. Natalia queda embarazada y decide tener a la niña. Pero las cosas no mejoran.
El título es literal y sarcástico a la vez. La hermosura de esta pareja de amantes sin futuro es cautivadora. Y su desesperanza tan grande que ni siquiera permite el desahogo de la desesperación. La de Natalia y Carlos es la historia de tantos jóvenes españoles a los que les han robado el presente y cancelado el futuro. Vidas bien reales retratadas en instantes encadenados por ese genio del hiperrealismo cinematográfico que es Jaime Rosales. La maestría con que nos hace contemplarlos en lugares cotidianos (tras una ventana, al fondo de un pasillo, en una estación...), el naturalismo extremo con que registra sus palabras y sus gestos (la ilusión de la casa y el Ferrari, las confesiones antes de protagonizar la película porno, el diálogo entre Natalia y su madre sobre la maternidad, las conversaciones con los amigos...), pero también la genial forma de reconstruir los saltos temporales (la pantalla del cine mostrando la vida que pasa en la de un móvil) hacen de esta Hermosa juventud una obra mayor en la historia de nuestro cine, pero también un testimonio mayúsculo sobre la intrahistoria de nuestro tiempo. Reconozco mi debilidad por el cine de Rosales (también el más exigente como Tiro en la cabeza o su correspondencia con Wang Bing en Todas las cartas) y me alegro de que la sintonía con Fernando Franco que comentaba en la reseña de La herida sea reconocida también por él en los títulos de crédito. Pero no es solo debilidad cinéfila. Creo que esta Hermosa juventud puede y debe merecer la atención de mucha gente. No tienen apellidos ni hacen reír. Pero dan mucho que pensar y bastante que sentir.