1 de noviembre de 2014. Cines Los Prados, Oviedo.
Tras una depresión Sandra está a punto de regresar al trabajo. Pero sus compañeros votaron su despido cuando el dueño de la empresa les planteó que para que ella siga tendrían renunciar a sus pagas extraordinarias. Como hubo presiones que pudieron condicionar el resultado, la votación se repetirá el lunes. Sandra tiene el fin de semana para convencerles de que cambien su voto y no la despidan.
Los encuadres con elementos verticales que enfatizan la radicalidad de las confrontaciones me parecen el único mérito de esta película exasperante. Y no solo por la actitud pusilánime y comprensiva del personaje principal (perdonable al presentarla como depresiva), sino porque los Dardenne no vienen de un país exótico en el que los trabajadores no hayan tenido nunca derechos ni haya memoria de conceptos como conciencia de clase, solidaridad, lucha obrera o sindicatos. Que la película se plantee como una sucesión de confrontaciones individuales con fuerte presencia de lo psicológico me parece un desacierto mayúsculo en el enfoque de una historia que evita cualquier reflexión más allá de esos toscos dilemas éticos. Viendo la sala llena para ver esta ingenua, resignada y resignante película pienso en el contraste de su éxito con el limitado reconocimiento que ha tenido la magnífica Hermosa juventud. Esa joya con la que Jaime Rosales ha demostrado que se puede señalar mucho con muy poco y de la que los Dardenne tendrían tanto que aprender sobre la manera de llevar al cine los problemas del presente.