14 de abril de 2015. Casa de la Cultura, Avilés.
Niños muy rurales que van muy felices a la escuela. Ellos suelen tardar dos o tres horas en llegar. Nosotros por suerte solo los vemos hora y pico recorriendo paisajes de postal de Kenia, del Atlas marroquí, de la Patagonia y de la India. Hasta que ellos llegan a sus escuelas y nosotros podemos salir del cine.
Penoso. Y en versión doblada solo los niños argentinos (y su precioso caballo) se salvan. La escolarización universal es una causa demasiado noble para (mal)tratarla de esta manera. En los créditos he visto a Disney (quizá en la distribución). Y le pega (también en el doblaje). El año pasado le dieron a esta película el César al mejor documental. Supongo que valorando la causa y no el efecto (por ejemplo, en el prestigio del cine francés). Ese jurado debería saber que los verdaderos nadies no siempre viven en territorios fotogénicos. Ni hablan el dialecto de lo políticamente correcto. Pero para saberlo tendrían que haber visto más cine y haber leído más a Galeano, ese uruguayo universal que dio voz como nadie a los que no tienen voz y que perdimos ayer. La portada de hoy de El País con nuestro Eduardo chiquito al sur de la gran foto de Günter Grass (la muerte los iguala, pero Antonio Caño no) y ahora esta patética película francesa me han hecho pensar en lo acertado de uno de sus títulos: Patas arriba. La escuela del mundo al revés. Menos mal que esta mañana para superar la tristeza comencé mis clases leyendo a mis alumnos algunas páginas de El libro de los abrazos. Lo único bueno de esta película es que me ha hecho pensar en Eduardo Galeano. Y en aquella tarde en que lo vimos en Montevideo. En A Brasileira, el más literario de los cafés de la capital más del sur.