29 de marzo de 2018. Cines Groucho, Santander.
Thelma estudia en la universidad y vive sola en Oslo. Cada día habla con sus padres que viven al borde de un lago. Ellos son muy creyentes y quieren estar al tanto de lo que hace cada día. Thelma está descubriendo nuevas experiencias. Como fumar, beber alcohol y también una atracción muy intensa por otra chica. Pero esos cambios la perturban. Tanto que, sin saber por qué sucede, provoca efectos a su alrededor cuando sufre unas crisis que parecen epilépticas. Pero no lo son. De hecho, son fenómenos extraños en los que puede hacer que las personas desaparezcan. Como ocurrió con su hermano cuando era un bebé. O con esa chica de la que está enamorada ahora.
El cine de Joachim Trier es siempre existencial. Le interesan los dramas juveniles con trasfondos familiares que van mucho más allá. Sus historias tienen siempre algo intrigante y están hechas con guiones muy cuidados e imágenes subyugantes. Así era en Oslo, 31 de agosto y en El amor es más fuerte que las bombas. Pero las imágenes de Thelma son las más poderosas de las tres. Lo son ya desde ese preámbulo con un padre y una niña caminando sobre un lago helado o con ese primer plano cenital de una gran plaza que recuerda el magnífico comienzo de La conversación de Coppola. Aunque la historia no interesara, el resto de la película resultaría fascinante por la fuerza de sus imágenes: el ciervo, los estorninos, la culebra, las luces oscilantes, las escenas bajo el agua, el fuego en el lago, los rostros de las amantes... Todo eso ya hace de Thelma una película extraordinaria que no teme traspasar la frontera de lo psicogénico hacia lo paranormal. Algo que repelería al espectador razonable si no fuera por la manera en que lo hace a través de unas imágenes magníficamente integradas en una historia en la que se van cruzando temas diversos: la familia, el cristianismo, la histeria clásica, la sexualidad lésbica y una cierta mirada de género en la que los personajes femeninos son muy diversos pero los masculinos (el padre y el bebé) son en realidad subalternos y acaban bastante mal. Quizá esta cuestión del género tenga más importancia de la que parece en el cine existencial de este interesante cineasta noruego.