de Hirozaku Kore-Eda. Francia, 2019. 106’.
8 de marzo de 2020. Centro Niemeyer, Avilés. V.O.S.
Una famosa actriz madura del cine francés acaba de publicar un libro autobiográfico titulado La verdad. Con ese motivo su hija viene a verla desde Estados Unidos con su yerno y su nieta. Estos días ella está trabajando en una película de ciencia ficción en la que su personaje, de ochenta años, tiene una madre de la edad de su hija que también viene a visitarla desde un lugar del espacio en el que no se envejece. Las difíciles relaciones entre la madre actriz y la hija guionista tienen algunas simetrías con las que mantiene con la joven actriz que interpreta a su madre en la película y con las que tienen los propios personajes. Como se dice más de una vez, quizá convenga no fiarse mucho de la memoria para conocer la verdad.
Catherine Deneuve y Juliette Binoche en un estupendo mano a mano haciendo de madre y de hija en el propio mundo del cine. Y acompañadas por un Ethan Hawke que vuelve a París haciendo de padre delicioso para su hija y de marido y yerno amigable para esas dos mujeres ariscas y dolidas. El plano cenital del jardín vacío con que comienza la película es similar al plano final de ese grupo reconciliado que mira distraidamente el cielo protector sobre París. Dos planos que me recuerda algunos momentos de Un asunto de familia, la última joya de un director que solo sabe filmar obras extraordinarias con una contención máxima y una hondura insuperable. Kore-Eda es un maestro de la sutileza en la reflexión sobre las familias y sus aledaños. El mejor ADN del cine de Ozú está en el suyo, así que cuando filma historias japonesas desvela cuestiones radicalmente universales que uno siente absolutamente próximas. Ahora que viene a París y dirige a actrices y actores consagrados no pierde el pulso en esos retratos profundos a la vez que livianos sobre las relaciones humanas. Su maestría para captar también lo universal en el entorno europeo me recuerda a la del Asghar Farhadi de El pasado o Todos los saben. Pero si retratando a la infancia (Nadie sabe, Milagro, De tal padre tal hijo) y las relaciones familiares (Still walking, Nuestra hermana pequeña, Después de la tormenta, Un asunto de familia) Kore-Eda es un maestro indiscutible, en La verdad nos ofrece además una original mirada sobre la dificultad y la aspereza de las relaciones paterno-filiales que en versión masculina parece ser tema de moda en la literatura española más reciente (Manuel Vilas, Ricardo Menéndez Salmón y hasta Elvira Lindo). Kore-Eda nos ofrece aquí una pugna entre una madre y una hija que no tiene menos intensidad y fuerza que los habituales retratos de esa relación en versión masculina, pero que además tiene la inmensa virtud de poner a su lado a unos hombres que encarnan un infrecuente modelo de masculinidades no centrales y sumamente cordiales. Ya digo, Kore-Eda es un maestro. Sus películas no son recibidas con las alharacas propias de las películas parásitas de la industria (de hecho, en Asturias solo se ha proyectado en el Niemeyer), pero son siempre un regalo en el que uno no puede distinguir cuál es más conmovedor. Solo desear que no tarde mucho en estrenar la próxima.