miércoles, 30 de julio de 2025

Condenados

de Gustav Möller. Dinamarca, 2024. 100’.
30 de julio de 2025. Cines Van Dyck, Salamanca. V.O.S.

Eva es una funcionaria de prisiones bastante diligente. Hasta que pide el traslado al módulo de presos peligrosos en el que ha ingresado un joven que mató a sangre fría a otro recluso. Ella parece estar obsesionada con él.
 
La película da que pensar y que hablar a la salida. Y eso ya es un mérito. Sin embargo, el director de El culpable parece tener las cosas menos claras aquí. O sí, porque finalmente viene a sostener que no es posible traspasar esa línea que en el plano final parece separar a los irreductibles de los reinsertables. Es verdad que la historia de esas dos madres y esos dos hijos dan cierto juego en la construcción del relato, pero da la impresión de que Möller no busca plantear ningún dilema sobre la alienación o la impunidad de los funcionarios prisionados. Más bien parece decantarse por la necesidad de seguir los protocolos y naturalizar la lógica propia del sistema penitenciario. Es lo que hay. 

viernes, 25 de julio de 2025

Una cena...y lo que surja

de Olivier Ducray, Wilfried Méance. Francia, 2024. 77.
25 de julio de 2025. Multicines Béjar.

La relación entre Sophie y Xavier es aburrida y tensa. Discuten sin acalorarse pero haciéndose bastante daño. Sobre todo él a ella que esta noche se le ha ocurrido invitar a cenar a la pareja que vive arriba. Xavier piensa decirles que está harto del ruido que hacen en sus fogosas relaciones sexuales. Pero no será solo él quien no se corte esa noche y diga lo que piensa.
 
Cambiando a Ana por Sophie y a Julio por Xavier, el anterior resumen es el mismo que el de la reseña de Sentimental. Olivier Ducray y Wilfred Néance intentan mantenerse fieles a la magnífica película de Cesc Gay. De hecho, por momentos parece que Bernard Campan recordara a Javier Cámara. Sin embargo, el original es bastante mejor que la copia. No sé si porque las cuitas entre estos matrimonios tienen más gracia siendo españoles o porque la hemos visto en versión doblada. Lo cierto es que lo que surge en esta cena entretiene, pero no llega a cautivar. 

miércoles, 23 de julio de 2025

Matt y Mara

de Kazik Radwanski. Canadá, 2024. 80’.
22 de julio de 2025. Cines Van Dyck, Salamanca. V.O.S.

Mara da clases de escritura creativa en la universidad. Su marido es compositor, pero a ella no le interesa mucho la música. Mara no conduce y él había quedado en llevarla a la ciudad en la que tiene que dar una conferencia. Finalmente, no puede hacerlo y la acompañará Matt, un amigo con el que se acaba de reencontrar. Para ella será un momento de incertidumbre sobre las dos relaciones.  

El amigo recién llegado le regala un libro con una nota que en la escena final ella coloca en una estantería. A la izquierda hay algunos libros de William Carlos Williams y a la derecha uno sobre Rohmer. Es toda una declaración de intenciones sobre lo material y lo formal en esta película. Los personajes que se dedican a las artes, dudan sobre sus sentimientos y son dados a conversar, son propicios para películas sobresalientes hechas con mimbres sencillos. Ahí está el gran Rohmer para demostrarlo. Sin embargo, los devotos de Jonás Trueba o Jaime Rosales no podemos evitar las comparaciones. Así que las cataratas del Niágara o la conversación en el coche no tienen nada que hacer al lado de una sala de cine en Morlaix o del jardín de Fernando.

martes, 8 de julio de 2025

Léolo

de Jean-Claude Lauzon. Canadá, 1992. 107’.
8 de julio de 2025. Cines Van Dyck, Salamanca. V.O.S.

Léo Lauzon es un niño con una vida muy difícil en un barrio sórdido de Montreal. Su familia está asediada por la locura, pero él se siente a salvo porque cuando sueña no lo está. Y eso es lo que hace mientras lee y escribe, ponerse a salvo de la locura. Así imagina que él no pertenece a esa familia. Que es italiano y se llama Léolo.
 
El tambor de hojalata de Volker Schlöndorff,  Delicatessen de Jean-Pierre Jeunet y Marc Caro y Léolo de Jean-Claude Lauzon. No sé por qué, pero esta tarde en los Van Dyck he encontrado motivos para pensar en esta posible trilogía de la pesadumbre del último cuarto del siglo pasado. Léolo es tan magnética como terrible. Su fotografía hace atractivo lo repulsivo. Igual que el relato con el que nos va guiando ese Quijote que hace de albacea de los escritos del niño. Y también esa banda sonora magistral que enfatiza la belleza que pervive en el horror. Más de treinta años después, a Léolo seguramente se le nota la primacía de la mirada masculina, plantear que el inglés sea la lengua de la barbarie o presentar a la infancia y la locura de una forma que hoy sorprendería mucho más que entonces. Pero como el realismo mágico, Léolo sigue resultando fascinante.

Morlaix

de Jaime Rosales. Francia, 2025. 124.
8 de julio de 2025. Cines Van Dyck, Salamanca. V.O.S.

Gwen acaba de perder a su madre. Ella estudia bachillerato en Morlaix, pero quiere irse fuera, quizá a París. Justo lo contrario de Jean-Luc, un joven parisino que acaba de llegar y piensa quedarse. Entre los dos surge una atracción indefinida cuyo desenlace marcará a Gwen para siempre. Uno de esos días van con algunos compañeros a ver una película. Se titula Morlaix y luego la comentan.
 
El duelo, el amor, la juventud, la muerte, el futuro, la intensidad del presente, la relación con la ciudad. Son algunos de los temas que Jaime Rosales trata con maestría en esta joya tan rohmeriana como metafílmica. Filmada en 16 y 35 milímetros, en color y en blanco y negro, con paisajes que buscan las miradas y personajes con mirada distraída. Todo con la misma naturalidad con que Rosales entrevera el movimiento de la vida que el cine capta con las imágenes fijas que la memoria destila. En Morlaix hay cine dentro del cine, jóvenes viviendo y hablando y después adultos evocando. Quizá sea una de las películas conceptualmente más ambiciosas y logradas de Jaime Rosales, pero tan diferente, contenida y cautivadora como el resto de su obra (Las horas del día, La soledad, Tiro en la cabeza, Sueño y silencio, Hermosa juventud, Petra o Girasoles silvestres). Entrando dos veces en la sala oscura a la que Rosales nos lleva en Morlaix uno siente, de nuevo, la fascinación especular de este arte que tanto da que pensar sobre la propia vida. La de aquel presente pretérito que, de algún modo, seguimos habitando y la de esta otra edad en que en una magnífica sala de Salamanca nos sentimos también en otra de la Bretaña. Quizá por eso, al final de la película me he acordado del final de Cerrar los ojos. Y hasta me ha parecido ver en esa sala francesa a un tipo con gafas que miraba el reloj y se parecía a Boyero. Quizá Rosales no pensó en él, pero es lo que tiene este arte especular, que el espectador también retrata, o se retrata, cuando la obra le permite estar tan bien dentro de ella.