27 de febrero de 2016. Teatro Filarmónica, II Semana del Audiovisual Contemporáneo de Oviedo.
Un botón de nácar fue el precio que pagó en 1830 un marino inglés por desarraigar a un indígena yagán de los canales de la Patagonia chilena. Y un botón de nácar adherido a un raíl de hierro es lo único que el juez Juan Guzmán pudo encontrar de uno de los desaparecidos chilenos que durante la dictadura fueron arrojados al mar. Pero el agua tiene memoria y guarda recuerdos de todas las infamias.
En Atacama, ese norte chileno que linda con el cielo, comienza El botón de nácar. Justamente donde Patricio Guzmán nos mostró con su Nostalgia de la luz que los afanes de los astrónomos que allí indagan en el polvo de las estrellas tienen mucho que ver con los de quienes se empeñan en rescatar la memoria de los desaparecidos entre el polvo del desierto más árido del mundo. La voz poética del propio Patricio Guzmán nos acompaña de nuevo para mostrarnos que en su país el agua es metáfora perfecta de la memoria histórica. La memoria de aquellos pueblos australes que vivían en las islas patagónicas y fueron exterminados en nombre de Chile. O la de aquellos desaparecidos que un siglo después otros quisieron condenar al olvido en el fondo del océano. A la emoción del relato de Patricio Guzmán y de los testimonios que lo acompañan se une la belleza de unas imágenes tan singulares como los primerísimos planos del cuarzo milenario que alberga una gota de agua, las perspectivas cenitales del mapa y del territorio, el examen forense de ese raíl colonizado por el mar, los paisajes subyugantes de los archipiélagos más australes y hermosos del mundo o hasta las vistas posibles de esos otros mundos de agua que buscan los astrónomos desde Atacama y guardan la memoria de los indígenas patagónicos. Nostalgia de la luz y El botón de nácar, un díptico imprescindible sobre el espacio y el tiempo chileno alcanzando la trascendencia. La del cine de Patricio Guzmán.