martes, 27 de septiembre de 2016

Blanka

de Kohki Hasei. Filipinas, 2015. 75’.
27 de septiembre de 2016. Cines Los Prados, Oviedo. V.O.S.

Blanka sobrevive pidiendo y robando en las calles de Manila. Es una niña huérfana que solo encuentra amparo en un anciano ciego que toca la guitarra. Ella quisiera tener una madre, así que intenta comprarse una.

Del cine filipino solo conozco las películas de Brillante Mendoza (del que me declaro fiel seguidor). Así que no podía dejar pasar la oportunidad de volver a Manila siguiendo a esta niña callejera y de oír hablar tagalo a los personajes de esta película (solo un día a la semana y solo una sesión en versión original en los Yelmo de Oviedo, pero algo es algo). Y es una delicia comprobar que en esa lengua tan sonora se conservan restos del español en palabras como blanco o azul. O también basura y milagro, los términos que precisamente podrían enmarcar esta historia de supervivencia en un mundo terrible. En eso Blanka tendría algunas coincidencias con el magnífico cine de Brillante Mendoza. Sin embargo, lo que en ese gran director es hiperrealismo áspero y honesto, en Kohki Hasei se convierte en blandura casi naif. Así que Blanka se queda simplemente en una historia bonita que pretende ser apta y amable para cualquier público. Algo que quizá pueda explicarse por el apoyo que la Bienal de Venecia ha prestado a la producción de esta película.

lunes, 26 de septiembre de 2016

La puerta abierta

de Marina Seresesky. España, 2016. 84.
26 de septiembre de 2016. Cines Parqueastur, Corvera.

Rosa es una prostituta madura y triste que vive con su madre, una mujer con mucho carácter que también lo fue. Prostituta porque, más que triste, la anciana es muy agobiante. Donde viven hay también una vecina insoportable, un travesti amigo y otra prostituta rusa y drogadicta que tiene una niña preciosa. Cuando la rusa muere la niña se esconde en la casa de Rosa y su madre, esas mujeres que no se entienden y no saben que se necesitan.

Solo salimos de esa corrala pobre para acompañar alguna vez a Rosa en su trabajo nocturno. Es una historia costumbrista de interiores y vecindarios. Terele Pávez y Carmen Machi encarnan bien la aspereza de esa relación entre madre e hija. También está bien Asier Etxeandía en el contrapunto travesti que junto a ellas y con esa niña angelical casi componen una familia. Pero, aunque el planteamiento de la historia tiene fuerza, su desarrollo no va más allá de lo previsible y los personajes no se salen de lo que cabe esperar de su carácter desde los primeros minutos de la película.

domingo, 25 de septiembre de 2016

El hombre de las mil caras

de Alberto Rodríguez. España, 2016. 123.
25 de septiembre de 2016. Cines Parqueastur, Corvera.

Cuando está a punto de ser llamado a declarar, Luis Roldán acude a Francisco Paesa para que ponga a salvo su dinero. Y a él mismo, escondiéndole durante meses en París en aquel tiempo en que se convirtió en el prófugo más famoso de España. Aquella extraña entrega que debía ser en Laos terminó con Roldán en la cárcel y con Paesa desaparecido para siempre.

Lo de Roln da para una película. Todo el mundo lo decía entonces. Y veinte años después ya la tiene. O mejor ya la tienen, porque la estupenda historia de Alberto Rodríguez (el director de El traje, Grupo 7 o La isla mínima) es la de aquel calvo con gabardina, pero también la de ese Francisco Paesa que sabía moverse como nadie entre las alcantarillas y los despachos. Alberto Rodríguez tiene el buen tino de no maltratar a unos personajes sobre los que casi todo el mundo ya tiene un juicio crítico antes de sentarse en la butaca. Por el contrario, nos presenta a un Roldán temeroso y sudoroso con el que casi se puede empatizar y que, visto de cerca, resulta muy verosímil en una situación como esa. Pero, sobre todo, nos acerca a un Francisco Paesa extraordinariamente interpretado por el gran Eduard Fernández (excelente noticia la del premio del festival de San Sebastián por este papel) que está impecable en esa rancia elegancia y en esos ademanes amables que hacen tan comprensible el afecto que su personaje despierta en su amigo piloto (muy bien también José Coronado). La de aquella fuga y detención, supuestamente asiática, fue una historia patética en la que muchos salieron malparados (entre ellos un hombre tan noble y honesto como Antoni Asunción). Hoy es una estupenda muestra del buen cine político que algunos directores saben hacer aquí.

viernes, 23 de septiembre de 2016

Neruda

de Pablo Larraín. Chile, 2016. 107’.
23 de septiembre de 2016. Cines Los Prados, Oviedo.

En 1948 el senador comunista Pablo Neruda se enfrenta al presidente González Videla. Sus correligionarios son obligados a pasar a la clandestinidad y él es perseguido por un policía que ha recibido del presidente el encargo de capturarlo. Vemos los avatares de la huida mientras escuchamos las reflexiones de su perseguidor, un policia fascinado que quisiera llegar a ser un personaje del escritor.

"Puedo escribir los versos más tristes esta noche..." Y Pablo Larraín se atreve a interrumpirlos con una voz en off que interpreta y juzga al venerado poeta político (y político poeta). Durante el primer tramo de la historia no nos deja saber a quién pertenece esa voz que critica al gran Pablo Neruda. Para tanta osadía hay que contar con un guión cautivador y también con una destreza para componer imágenes que solo poseen cineastas tan arriesgados y solventes como el director de Tony Manero, No o El club. El primer diálogo entre los senadores en el urinario ya marca el tono de la película. Se nos van a contar unos hechos que tuvieron lugar en el Chile de hace casi siete décadas pero que también podemos interpretar como premonición de lo que sucedió venticinco años después (incluida la fugaz aparición como capo de un campo de concentración de aquel canalla que en el setenta y tres bombardearía La Moneda). Hay, por tanto, una película política en este Neruda de Pablo Larraín. Tanto que esa brillante primera escena entre los senadores tiene, por contraste, un significado imprevisto en esta España de parlamentarismo autista. Neruda es también un thriller magníficamente ambientado en distintos lugares (Santiago, la cordillera, Valparaiso, la Araucanía...) de ese bello país estirado entre los Andes y el océano. Pero, sobre todo, Neruda es una película literaria, o mejor metaliteraria. Es una gozosa, y nada reverente, reivindicación de un creador que era también un personaje. Es el fascinante intento de imaginar qué pensaría alguien que tuviera el encargo de detener al hombre, al creador y al personaje. Y una juguetona y originalísima propuesta en la que la forma en que se va armando el relato tiene tanta importancia como la verosimilitud de los hechos que se muestran o imaginan. El Neruda hedonista y comunista, el Neruda del Canto General y el Neruda que cantando sus versos emocionaba a los humildes no podían tener un homenaje más nerudiano que el de esta poética película del gran Pablo Larraín.

martes, 20 de septiembre de 2016

Sparrows

de Rúnar Rúnarsson. Islandia, 2015. 99.
20 de septiembre de 2016. Casa de la Cultura, Avilés. V.O.S.

Ari tiene que dejar Reikiavik para irse a vivir con su padre al noroeste. Él no se ha ocupado del chico desde que se separó de su madre. Así que los únicos afectos que Ari tiene allí son el de su abuela y el de una amiga con la que jugaba de niño. Pero, cuando más la necesita, la abuela muere y, aunque le sigue queriendo, aquella chica ya tiene novio.

Un verano invernal para este ángel desdichado que se inicia en el sexo y el amor con dramática ternura. La contención del relato, la belleza de la música, la elegancia de los encuadres, la pertinencia de los espejos y la magnífica interpretación de Atli Oskar Fjalarsson justifican sobradamente la Concha de Oro en el festival de San Sebastián.  Sparrows es una nueva prueba del excelente nivel del último cine islandés (del que no es la única ni la mejor muestra la exitosa Rams de Grímur Hákonarson). La de Rúnar Rúnarsson es una historia contenida y hermosa en la que es imposible no sentir empatía por este adolescente callado de voz preciosa que sufre lo indecible en esta tierra de nadie que para nosotros es un paisaje bellamente desolado y para él un callejón sin salida en un momento crucial de su vida. Lo que se intuye sobre la separación de sus padres o los esbozos del carácter de la abuela ya darían para otras estupendas películas, lo que da idea de la gran calidad de esta. Y es que, en su tramo final, Rúnarsson consigue hacer cine sublime permitiendo que su personaje cierre esta historia (y abra otra en nuestra imaginación) con una de las mentiras más bellas, piadosas y delicadas que yo haya visto en una pantalla. Es una escena crucial y perfecta que, por lo demás, tiene una magnífica simetría con la agridulce iniciación sexual de Ari en la escena con la mujer madura. Cine mayúsculo el de esta historia islandesa con la que hoy se abre la programación de otoño en la Casa de la Cultura.

sábado, 17 de septiembre de 2016

Los hombres libres de Jones

de Gary Ross. EE.UU., 2016. 139’.
17 de septiembre de 2016. Cines Los Prados, Oviedo.

Newton Knight abandona una guerra que no es la suya. Es un granjero del Sur que no encuentra motivos para luchar contra los del Norte ni para defender los intereses de los ricos de su tierra. De prófugo que se une a los esclavos huidos pasará a convertirse en lider de una comunidad que defiende los mejores valores: los de la igualdad y la fraternidad entre los seres humanos. Y lo hará en un singular Estado Libre en el Condado de Jones.

Tras unos minutos de imágenes muy duras de la Guerra de Secesión, el relato se concentra en los afanes de este héroe por liderar una causa justa. La de los esclavos y los oprimidos. Los hombres libres de Jones narra un episodio singular del mismo contexto histórico del que tratan películas recientes tan buenas como Lincoln de Spielberg o 12 años de esclavitud de Steve McQueen o tan truculentas como Django desencadenado de Tarantino. La de Ross es más lineal en su forma y más modesta en sus resultados. Aunque la presencia de Matthew McConaughey en el papel protagonista hace que merezca la pena ver esta historia en la que se hace extraño comprobar que en aquel tiempo votar demócrata era bastante reaccionario y votar republicano no significaba, como ahora, votar a un canalla.

The Beatles: eight days a week

de Ron Howard. Reino Unido, 2016. 120’.
17 de septiembre de 2016. Cines Los Prados, Oviedo. V.O.S.

Los Beatles en su década. Los primeros conciertos, las grandes giras, los momentos  creativos en el estudio. Y la frescura de aquellos jóvenes que inauguraron el fanatismo musical.

Escenas de los conciertos, declaraciones actuales y mucha histeria entre los públicos. Un fenómeno creciente y contagioso que abrió los grandes estadios a los conciertos juveniles. Fue en la década en la que mataron a Kennedy, en la que Armstrong puso el pie en la luna y en la que los televisores empezaban a mostrar todo eso en los hogares de todo el mundo. Los Beatles fueron entonces los arietes de una globalización cultural que aún sigue creciendo. La del inglés como lengua juvenil que fascina a quienes la hablan y también a los que no. Quizá por eso nadie se queja de algo que yo no soporto de películas como esta. Que se subtitulen las palabras dichas pero no las cantadas. Va a ser que el inglés es una lengua tan musical que a nadie le importa lo que digan las canciones.

sábado, 10 de septiembre de 2016

Tarde para la ira

de Raúl Arévalo. España, 2016. 92.
10 de septiembre de 2016. Cines Parqueastur, Corvera.

Un hombre tímido ronda a una camarera en una cafetería. Ella espera a que su novio salga pronto de la cárcel. Cuando queda libre el tímido deja de serlo y lo busca para que le señale a los compinches de aquel atraco en el que mataron a su novia y dejaron malherido a su padre.

El primer plano secuencia desde el coche ya marca el tono de la película. Áspero, directo, radicalmente ibérico. Un magnífico thriller con el ritmo y la contención propias de un Clint Eastwood que hubiera ubicado una de sus historias de venganza en los espacios periféricos y desangelados que dejó ese Gran Trauma del que habla Sergio del Molino en La España vacía. Es la primera película de Raúl Arévalo, pero podría ser la enésima de un director con carácter y estilo propio. Tarde para la ira trata de un ajuste de cuentas aplazado que comienza como una historia de amor protagonizada por un personaje algo pánfilo (casi recuerda al que Antonio de la Torre bordó en la estupenda Caníbal de Manuel Martín Cuenca) que terminará convertido en un asesino justiciero (como aquel temible maestro jubilado que interpretó José Sacristán en la no menos sorprendente Magical Girl de Carlos Vermut). A pesar de la dureza de su historia, Raúl Arévalo tiene el buen gusto de medir su truculencia, de alejar la crudeza de sus imágenes de las maneras tarantinianas demostrando que lo mejor de Reservoir dogs no era la sangre en la que su director no ha dejado de regodearse desde entonces. Esa contención se hace evidente en escenas de tan magnífica tensión como la que protagoniza un Manolo Solo perfecto e irreconocible (qué estupendo actor es también aquí quien clavó al juez Ruz en B de David Ilundain con aquel Luis Barcenas en el papel de Pedro Casablanc -¿o era al revés?-). Y es que en Tarde de Ira todos están bien. Ruth Diaz, que tiene bien merecido el premio que acaban de darle en Venecia. Luis Callejo, que está magnífico en ese personaje cuyo carácter evoluciona de forma inversa al del protagonista. Y, por supuesto, Antonio de la Torre con una parsimonia explosiva (valga el oxímoron) que casi recuerda a la del mejor Matthew McConaughey (por ejemplo, el de Killer Joe de William Friedkin). Tarde de ira es cine rudo con maneras clásicas en escenarios de Móstoles y de algún pueblo de la España interior. Un excelente thriller en el que este buen actor y mejor director que es Raúl Arévalo saca todo el partido a una buena historia, a su gran habilidad para contarla y a esos estupendos actores que tenemos aquí.

jueves, 8 de septiembre de 2016

Lejos del mar

de Imanol Uribe. España, 2015. 105.
8 de septiembre de 2016. Cines Parqueastur, Corvera.

Santi llega a Almería para ver al joven con el que estuvo en la cárcel. Pero después de veintisiete años se encontrará también con Marina, una mujer que no lo ha olvidado. Ella era la niña que iba de la mano de su padre cuando él lo mató en San Sebastián.

La de víctima debe ser una circunstancia y no una condición. Es una idea que tengo bastante clara y que he comentado algunas veces en este blog (por ejemplo, en las reseñas de películas como La caza de Thomas Vinterberg, Negociador de Borja Cobeaga o Paulina de Santiago Mitre). Y en cierto modo  también la reivindica Imanol Uribe en este nuevo acercamiento al tema etarra. Incluso parece que la lleva más lejos planteando una historia de amor entre un terrorista y la hija de su víctima, algo que resultará aberrante para los que consiguieron que La mirada del otro, la magnífica y edificante obra de María San Miguel y Chani Martín (la reseña está en el otro blog), no se pudiera representar en algunos teatros. De hecho, Imanol Uribe se la juega al dejar ver su posición sobre la doctrina Parot y sobre los que defienden su aplicación retroactiva (esa idea descabellada con la que España hizo el redículo en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos). Sin embargo, el atrevimiento de la historia se trunca  con un final que parece volver a la idea de que la de víctima (como la de victimario) es una condición irreparable y vitalicia. En todo caso, un guión impecable en la descripción de las relaciones (almerienses y vascas) de Santi, unos escenarios tan sugerentes como los del Cabo de Gata y unas interpretaciones tan buenas como la de Eduard Fernández y Elena Anaya (tan contenido él, tan crispada ella y con tan buena química los dos) hacen que Lejos del mar se vea con interés. Lástima que el director no aprovechara la alusión a México en la conversación de la cena y la convirtiera en una oportunidad para salvar y redimir a estos personajes doloridos.