de Andrei Konchalovsky. Rusia, 2020. 120’.
13 de julio de 2021. Cines Los Prados, Oviedo. V.O.S.
En 1962 Lyudmila tiene un cargo relevante en el partido comunista de
Novocherkask. Son días difíciles en la ciudad con subidas insoportables de precios y escasez de productos básicos. Los trabajadores de una
gran fábrica local se declaran en huelga y eso es algo inconcebible para el estado soviético. Lyudmila es partidaria de no tolerarlo, pero su forma de ver las cosas irá cambiando cuando vea la masacre que el KGB provoca una mañana entre los manifestantes y el empeño que Moscú pone en cerrar la ciudad e impedir que nadie hable de lo que ha pasado. El drama de esta mujer es aún mayor porque entre los muertos que se han enterrado clandestinamente podría estar su hija, una joven que participaba en las movilizaciones y con la que tenía fuertes desacuerdos políticos.
El director de El cartero de las noches blancas y de esa obra de arte mayor titulada Paraíso nos ofrece otra magnífica película en este retrato que es a la vez un drama familiar y un documento histórico de gran calado político. El personaje de Lyudmila está interpretado magníficamente por Yuliya Vysotskaya, la actriz que también hizo un trabajo extraordinario en Paraíso. Una ambientación impecable, un blanco y negro muy elegante y una relación de aspecto 4:3 que le da un aire aún más clásico a una película con vocación de serlo, hacen que ya solo en lo formal sea una delicia contemplar (en versión original) esta magnífica película. Pero Andrei Konchalovsky nos muestra además el drama de una mujer que quiere seguir creyendo en los ideales que dieron sentido a su vida pero sabe que enfrentarse a ellos es lo que hace tan digna y peligrosa la conducta de su hija. Seguramente los rusos, además de recuperar la memoria de aquellos hechos terribles, encontrarán en la película de Konchalovsky otras claves que quizá pudieran tener que ver con su presente. Por ejemplo, me queda la duda de si la añoranza de la mano firme de Stalin que la protagonista manifiesta no estará también sirviendo de espejo crítico sobre la adhesión que buena parte del pueblo ruso parece sentir ahora hacia su caudillo. No sé si Konchalovsky tendría esa intención, pero si así fuera así le añadiría otra valiosa capa a su magnífica película.