8 de septiembre de 2016. Cines Parqueastur, Corvera.
Santi llega a Almería para ver al joven con el que estuvo en la cárcel. Pero después de veintisiete años se encontrará también con Marina, una mujer que no lo ha olvidado. Ella era la niña que iba de la mano de su padre cuando él lo mató en San Sebastián.
La de víctima debe ser una circunstancia y no una condición. Es una idea que tengo bastante clara y que he comentado algunas veces en este blog (por ejemplo, en las reseñas de películas como La caza de Thomas Vinterberg, Negociador de Borja Cobeaga o Paulina de Santiago Mitre). Y en cierto modo también la reivindica Imanol Uribe en este nuevo acercamiento al tema etarra. Incluso parece que la lleva más lejos planteando una historia de amor entre un terrorista y la hija de su víctima, algo que resultará aberrante para los que consiguieron que La mirada del otro, la magnífica y edificante obra de María San Miguel y Chani Martín (la reseña está en el otro blog), no se pudiera representar en algunos teatros. De hecho, Imanol Uribe se la juega al dejar ver su posición sobre la doctrina Parot y sobre los que defienden su aplicación retroactiva (esa idea descabellada con la que España hizo el redículo en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos). Sin embargo, el atrevimiento de la historia se trunca con un final que parece volver a la idea de que la de víctima (como la de victimario) es una condición irreparable y vitalicia. En todo caso, un guión impecable en la descripción de las relaciones (almerienses y vascas) de Santi, unos escenarios tan sugerentes como los del Cabo de Gata y unas interpretaciones tan buenas como la de Eduard Fernández y Elena Anaya (tan contenido él, tan crispada ella y con tan buena química los dos) hacen que Lejos del mar se vea con interés. Lástima que el director no aprovechara la alusión a México en la conversación de la cena y la convirtiera en una oportunidad para salvar y redimir a estos personajes doloridos.