19 de abril de 2018. Centro Niemeyer, III Festival de cine LGBTIQ, Avilés.
Con imágenes de viejas películas familiares, Agustina va recomponiendo la historia de su padre. Cuando ella nació él renunció a su vida homosexual. De hecho, dejó de ver a sus amigos y se casó. Había decidido entrar en el armario porque quería ser padre. Las viejas imágenes que vemos son las de unos jóvenes izquierdistas de familias argentinas acomodadas. Y también las de unos amigos hedonistas que supieron disfrutar de la vida intensamente por todo el mundo antes de que el deseo de paternidad del padre de Agustina y el sida que contrajo su novio de aquel tiempo les cambiara la vida para siempre. Agustina no puede contar con el testimonio de su padre porque nunca le había hablado de su vida anterior. Ha tenido que descubrirla después de aquella tarde del verano de 1999 en que el silencio de su padre se hizo definitivo cuando su cuerpo cayó de un caballo. Ella tenía doce años entonces.
Qué estupendo díptico compondría esta película con la magnífica Cuchillo de palo de la paraguaya Renate Costa. El documental de Renate recuperaba la historia de su tío (y de aquella lista de 108 de la que siempre hablo cuando voy a Paraguay). El de Agustina recupera la historia de su padre (y también la de aquellos tiempos en que los jóvenes burgueses se debatían entre el ejemplo de los montoneros y la ilusión de esa vida regalada que supuestamente traería Menem a los argentinos). El silencio es un cuerpo que cae es un buen ejemplo de cómo se puede contar bien una historia si se tiene algo que contar y si la voz narrativa sabe que las imágenes nunca deben ser solo la ilustración de un texto ni el texto debe ser solo la aclaración de unas imágenes. Así, Agustina Comedi consigue que esta película de duración impecable sea un testimonio necesario y revelador. Un testimonio generacional (para su generación y la de su padre), social (para la burguesía y la izquierda argentina) y humano (para los que vivieron felices su homosexualidad y para los que no lo soportaron). Pero sobre todo es un ejemplo de buen hacer en el cine. Una película magnífica a la que solo puedo poner un reproche: que esos textos insertados en las imágenes tan necesarios para su comprensión (y no me refiero a los subtítulos) estén solo en inglés. En esto Agustina Comedi muestra síntomas de esa anglofilia aguda que padecen muchos cineastas jóvenes. Una enfermedad que puede superar sin problema alguien que sabe hacer muy bien lo más importante: contar con imágenes una historia verdadera.