7 de abril de 2019. Centro Niemeyer, IV Festival de cine LGBTIQ, Avilés.
Una chica llega en barco a Ushuaia donde la espera una novia aficionada a las inmersiones marinas. Las dos empiezan desde esa Tierra del Fuego un viaje sexualmente tórrido en un microbús al que se irán incorporando otras muchas mujeres que comparten con ellas querencias sexuales de alta intensidad.
De la pareja romántica a la soledad onanista pasando por la promiscuidad psicodélida en un viaje por un territorio argentino que puede ser visto como metáfora del cuerpo femenino o al revés. La voz en off de la directora de esta película (o la del personaje que quiere hacer la suya, tanto da) nos va explicando de cuando en cuando el discurso y el dispositivo de una película que sirve igualmente para un festival porno (de hecho, Las hijas del fuego es todo un festín porno) como para salir muy bien parada del BAFICI en un tiempo en el que el debate del aborto ha empoderado como nunca al movimiento feminista en las calles de Argentina. Con su escena final Las hijas de fuego habrá conseguido seguramente el récord de duración de una masturbación femenina frontal ante una cámara. Aunque esa escena quizá pretenda ser también un broche irónicamente especular. Ya sea de la actitud probablemente onanista de cierto público de cine (tanto del porno como del independiente) o de la actitud evidentemente onanista de ciertos cineastas que dirigiendo películas como esta seguramente lograrán el desprecio agresivo o el aprecio rendido de determinados públicos. Conmigo que no cuenten. Ni para lo uno ni para lo otro.