15 de enero de 2015. Centro Niemeyer, Avilés.
Planos fijos de los lugares en que fueron asesinados ochenta "fugaos" asturianos entre 1937 y 1952. Más de un minuto contemplando cada uno de esos espacios. En medio, breves textos identifican sitios, nombres y fechas. Como prólogo, fotografías antiguas de guerrilleros y la voz de un superviviente describiendo su detención. Como epílogo, una anciana cantando una canción antifascista sobre un fondo negro.
Ramón Lluís Bande presenta la película señalando su intención de hacer un documental con forma de monumento. De hecho, los textos podrían figurar en monolitos conmemorativos. Sin embargo, el dispositivo formal resulta exasperante (ya me lo parecía también el de Llende). La causa de la memoria histórica y la belleza de los paisajes asturianos son las bazas con las que juega una película con la que es más fácil comulgar que disfrutar. Se nota en la intensidad del coloquio que (otra vez) se ha centrado más en el tema que en la propia película. Así que el premio "Resistencias" del festival de Sevilla me parece excesivo. Desde luego fue mucho más merecido el que recibió el año pasado El triste olor de la carne de Cristóbal Arteaga Rozas. Entre las aportaciones asturianas a estos temas me parece mucho más interesante la que presentó aquí Luis Felipe Capellín con su Guerrillero Quintana. O la magnífica El viejo Rock de Pablo Sánchez Blasco que también vimos en el Niemeyer y que, de forma menos directa, también se acerca a estos temas. O, en contexto pirenaico, Juego de espias, el documental con que Ramón J. Campo y Germán Roda reivindicaron las gestas de unos héroes anónimos en la estación de Canfranc. El cine puede hacer importantes aportaciones a la memoria histórica, pero la de esta noche no estará entre las mejores.