27 de abril de 2015. Cines Centro, Gijón.
Cinco amigos maduros se reúnen en una azotea frente al malecón habanero. Son Tania, Eddy, Rafa, Aldo y Amadeo. Cinco cubanos que podrían tener la edad de la Revolución y que repasan sus vidas desde el atardecer hasta el amanecer.
En esta Ítaca caribeña nuestro Ulises es Amadeo. Su regreso de España es seguramente el motivo para este reencuentro nocturno en el que las complicidades dan paso a las confidencias y se van revelando los avatares de unas vidas condicionadas por una utopía en la que ya nadie cree. En aquel tributo coral que fue 7 días en La Habana, Laurent Cantet firmó el hermoso epílogo en el que una anciana ponía a trabajar a todos sus vecinos para construir la fuente ceremonial que Oshun le había reclamado en un sueño. Con aquella breve historia el director francés demostraba un cariño por las gentes de Cuba que hace comprensible este regreso. El naturalismo con que sabe poner la cámara tiene aquí un propósito sobre el que, al contrario que en La Clase, no cabe ningún reproche. Aunque se come (no mucho) y se habla (bastante), Regreso a Ítaca no es realmente una película francesa. De hecho, no serán nuestros vecinos quienes más la disfruten. A estos cinco naúfragos solo se les entiende bien cuando se comparte su lengua y se aprecia la deliciosa calidez de esa forma de estar en el mundo propia de los cubanos. Si solo fuera la historia de unos amigos que repasan sus vidas en una azotea ya sería una magnífica película. Pero convertida en caleidoscopio de los avatares recientes de la sociedad cubana se convierte en un testimonio necesario.