jueves, 13 de agosto de 2015

Los exiliados románticos

de Jonás Trueba. España, 2015. 70’.
13 de agosto de 2015. Centro Niemeyer, Avilés.


Al final del verano tres amigos madrileños van a Francia en una furgoneta. El reencuentro con tres amores inciertos en lugares que evocan el exilio español es la excusa del viaje.

Cine persiguiendo la vida e intentando mostrar en presente continuo unos tiempos con un futuro indefinido en el que nos gustaría poder evocar algún día un pretérito perfecto. Así terminaba la reseña de Los ilusos, la segunda película de Jonás Trueba con la que esta tiene tiene tanta afinidad en las intenciones y tantas simetrías formales.  Los ilusos era una historia fragmentaria y elusiva en un invierno madrileño en blanco y negro. En Los exiliados románticos la historia de esos personajes a los que también persigue la música (como en Todas las canciones hablan de mi) se hace nómada, luminosa y mucho más precisa en la descripción de esos instantes marcados por la sensación de que el verano (también el biográfico) está a punto de terminar. Los diálogos tienen ese equilibrio perfecto entre el naturalismo de lo improvisado y la voluntad literaria de un guión que es muy consciente de lo mal que le sienta a la vida que se note la escritura. Escenas tan estupendas como la declaración de amor en los jardines de Luxemburgo (que ironiza precisamente sobre eso) o la cena en casa del generoso anfitrión inglés hacen de Los exiliados románticos una película cautivadora sobre unas vidas de las que quisieramos saber cómo recordarán ese baño final al atardecer cuando haya pasado el tiempo. Si no supiéramos que el cine (todo el buen cine) es el arte de capturar el tiempo, diríamos que Jonás Trueba es quien ha descubierto cómo hacerlo.