9 de julio de 2016. Cines Golem, Madrid. V.O.S.
La voz en off de Sherezade sigue contándole al rey historias portuguesas. La de un fugitivo solitario al que la gente aclama cuando es capturado. La de una juez que analiza la complejidad de los casos que tiene que juzgar ante una audiencia pública al aire libre. La de un perro bondadoso y desmemoriado que entrega todo su amor a sus sucesivos dueños en un barrio periférico.
Más cruces toscos entre realidad y ficción. Más historias surrealistas que hablan confusamente de cosas inciertas o ironizan tristemente sobre avatares concretos de gentes portuguesas. Y más historias con animales para entender a los humanos. Así es este segundo volumen de Las mil y una noches de Miguel Gomes. La parte del perrito es la más llevadera de esta larga película que me deja con pocas ganas de terminar de ver esta tarde su trilogía (mejor iremos a La Pensión de las Pulgas a disfrutar con una propuesta de teatro íntimo). Así que sigo sin comprender a esa crítica que encontró una joya en Tabú y una mina en estas pesadas seis horas y pico de Las mil y una noches. Al lado de trabajos tan extraordinarios sobre la realidad portuguesa como el de Joaquim Pinto en E agora? lembra-me, no entiendo qué tiene este director para que en el último palmarés del festival de Sevilla esta película triple pudiera quedar cerca de La academia de las musas de José Luis Guerín, ese verdadero maestro en el arte de tejer con una cámara los hilos que unen a la realidad con la ficción.