16 de julio de 2016. Cines Van Dyck, Salamanca.
Un joven dulce encuentra su pasión cantando en un club de travestis en el que el dueño del local lo protege como una madre. Hasta que regresa a su vida su padre, un boxeador que lo abandonó cuando era un niño.
Por volver a La Habana y escuchar sus acentos en una pantalla de los queridos Van Dyck salmantinos ya merecía la pena ver esta película. Pero la sorpresa es aún más grata al comprobar que Viva es una historia emocionante de dulzuras y asperezas, de padres ausentes e hijos desvalidos, de garitos de músicas afeminadas y antros broncos de boxeo. Un melodrama con simetrías humanas que quizá no sorprenden mucho, pero que están filmadas con una fotografía muy hermosa, con un montaje ágil y con la belleza que aportan los paisajes decrépitos de La Habana, quizá las ruinas urbanas más hermosas del mundo. Pero es que Viva es, además, una película de interpretaciones sobresalientes. La de Héctor Medina que borda la dulzura de ese delicado homosexual que protagoniza la historia. La de Jorge Perugorría que está que se sale en el papel de ese padre bronco y noqueado. La de Luis Alberto García con presencia perfecta y rotunda cantando como una diva en el escenario y siendo fuera de él la/el mejor madre/padre para ese joven que también (y tan bien) canta. Así que ha sido una más que grata sorpresa la incursión de este director irlandés en el mundo travestido y familiar de La Habana, esa ciudad en la que caben todos los mundos.