28 de septiembre de 2019. Kursaal, 67º Festival de San Sebastián (Premio del público). V.O.S.
Stephane Benhamou y Daoud Tatou lideran asociaciones que se hacen cargo de jóvenes autistas o con problemas graves de conducta. Son casos que superan a sus familias y no tienen en las instituciones más vida que la del encierro. Vemos la comprometida brega diaria de estos dos héroes casi anónimos. Y también la forma en que sortean las presiones de unos inspectores que se empeñan en buscar lo que no se ajusta a norma.
Cuando ayer le ponía un diez a esa perla de Balagov titulada Una gran mujer, sabía que era improbable que volviera a encontrármela esta tarde en que hemos decidido ver tres de las películas que han sido premiadas (en algún caso se ignora cuál lo ha sido cuando comienza la proyección). Y es que yo no suelo coincidir con los públicos festivaleros en la valoración de la que merece ser considerada como la mejor película. Lo que me llama la atención es la facilidad con que suelen premiar lo edificante y lo emotivo al margen de los valores artísticos de las obras. Pasó en cierta medida el año pasado en Gijón con La escuela de filósofos y pasa más claramente ahora con Especiales. En todo caso, aquella me pareció mucho mejor que esta. No obstante, nada tengo que objetar a las intenciones y al compromiso de lo que aquí se cuenta, por lo demás inspirado en hechos reales. Creo que eso queda claro en el artículo que publiqué hace unos días sobre estos temas en el otro blog (Con asterisco). De todas formas me gustaría que la capacidad que el público tiene para distinguir el bien del mal (el diabólico y hasta el banal) cuando lo ve en la pantalla se transfiriera también a la vida cotidiana y sobre todo al quehacer profesional de determinadas gentes. Aunque ahora que lo pienso, muchos de los supuestos profesionales en los que pienso apenas frecuentan los cines, los teatros y me temo que ni los libros. Así que igual no está tan mal que los premios del público intenten ser edificantes y los reciban películas tan normales como Especiales. Al menos esta pone a caldo a la función inspectora, una labor que, por lo general, tiende a ser mucho más encomiable y meritoria cuando no actúa que cuando decide hacerlo.