de Ross McElwee. EE.UU., 1993. 114’.
19 de septiembre de 2020. Play-Doc, XVI Festival Internacional de Documentales. Filmin, Tui. V.O.S.
El sorpresivo anuncio de la boda. La alegría de su familia. La ceremonia. La comunicación del embarazo. El aborto inesperado y, pocos días, después la repentina muerte de su padre. Y será en ese tiempo indefinido del duelo posterior cuando Ross McElwee emprenderá un viaje de reencuentros familiares y amistosos en el que, entre otras cosas, reflexiona sobre el significado de las imágenes. Las que él está grabando y las que recupera de los tiempos en que vivían sus padres. Quizá para mantenerlos presentes en ese tiempo indeterminado en que las vidas de los seres queridos parecen seguir existiendo mientras alguien las mire a través del celuloide. La película termina con la apertura de un tiempo nuevo para McElwee. El del nacimiento un año después de su hijo Adrian.
Momentos como el de la reflexión en el sillón sobre la muerte de su padre apostillados por su propia voz superpuesta muestran la maestría de un director que con una cámara autobiográfica es capaz de hacer que el cine más sencillo tenga la mayor hondura existencial. Esta miscelánea de encuentros y reflexiones filmadas hacen que uno piense en el efecto, en cierto modo balsámico, para el autor y para el lector de textos sobre el duelo y la evocación como El balcón en invierno de Luis Landero, Inconsolable de Javier Gomá, Ordesa de Manuel Vilas o A corazón abierto de Elvira Lindo. La diferencia es que Ross McElwee esculpe esta magnífica reflexión sobre el tiempo con esa cámara que él parece usar no solo para crear y compartir. También para vivir.