de Alfonso Amador. España, 2022. 70’.
2 de abril de 2022. Centro Niemeyer (auditorio), Avilés.
Asisto a la segunda proyección de un documental que, como Campaneros y Arijanos (dos películas estupendas de Isaac Bazán Escobar), ha despertado el interés de muchísimos avilesinos. Aunque la fabricona de mi familia no era Ensidesa sino Asturiana de Zinc, lo que esta película muestra es la historia de muchos de nosotros. La de tantos salmantinos, extremeños o andaluces que vinieron a finales de los cincuenta o principios de los sesenta y nos nacieron aquí. Por eso veo este documental con auténtica veneración. Y por eso echo en falta un tono más reivindicativo en ese tramo final que nos anticipa la desaparición de esos descomunales vestigios industriales desvaneciéndolos en nuestro paisaje. Nunca fui de los avilesinos que consideraban que la carbonilla era un tributo justo del progreso. De hecho, cuando era niño, desde el balcón de la casa de mis tíos en un séptimo piso al lado del paso de Larrañaga o desde los ventanales del viejo ambulatario de Llano Ponte miraba entre fascinado y asqueado esa ría que debió ser maravillosa durante milenios pero que en solo dos décadas había sido destrozada por la industria paleotécnica. Ahora la ría es casi solo un canal pero la naturaleza sigue empeñada en resucitar su belleza en Zeluán o, aguas arriba del Niemeyer, en ese entorno delicioso a la vera de la vieja industria en el que los paseantes disfrutamos cotidianamente con la compañía de anátidas, cormoranes, somormujos, martines pescadores y estos días también de algún martinete. Por eso, aunque creo que, como siempre, José María Urbano tiene toda la razón al considerar en su artículo de hoy que la presentación de este documental es, en cierto modo, un esperanzador parteaguas de nuestra historia, también pienso que los espacios que ocupó el monstruo industrial están a punto de sufrir una nueva agresión si se destruyen las más emblemáticas de sus fabulosas reliquias. Por ejemplo, algunos de sus edificios y, por supuesto, esas chimeneas imponentes y inimitables que bien podrían ser los hitos vertebradores de unos espacios futuros que serán solo modernos no lugares si desdeñan la memoria del siglo XX.