8 de septiembre de 2014. Cines Los Prados, Oviedo.
1 de julio de 2020. Cines Los Prados, Oviedo.
Hace treinta años que Salvatore dejó su pueblo. Y no ha vuelto desde entonces. La llamada de su madre para decirle que ha muerto Alfredo le hace recordar la historia de aquel niño fascinado por el cine al que el viejo operador del Cinema Paradiso le enseñó tantas cosas.
Hace veinticinco años que la vi en Madrid. Y casi ha pasado tanto tiempo como el que se evoca en esta ya clásica reivindicación del cine clásico. Recuerdo que me emocioné mucho al verla, a pesar de que era consciente de sus muchos resortes para las lágrimas. Resortes no muy distintos a los que se usaban en aquellos besos del viejo cine en blanco y negro que se amontonan en su precioso final. No sé si fue porque aquella tarde en la calle Princesa dudamos entre ir a ver esta película o intentar conseguir entradas para un concierto que daba Camarón, pero lo cierto es que siempre me ha quedado cierto recelo hacia Cinema Paradiso. Por eso me ha alegrado este reestreno que me permite disipar mis dudas sobre la película. Y sí, tiene resortes melodramáticos. Pero también imágenes hermosísimas (como las de las proyecciones al aire libre), metáforas poderosas (como ese paisaje enmarañado de viejas anclas entre las que Alfredo le dice a Salvatore que nunca vuelva a Giancaldo) y una historia bien construida que atrapa hasta el final. Vamos, que he vuelto a disfrutar (y a emocionarme) con este Cinema Paradiso. Así que me he reconciliado con un Tornatore que en esta hermosa memoria del cine está a la altura de la preciosa banda sonora de Morricone. De este reestreno tan solo lamento una cosa. Que no haya podido ser en mis queridos Cines Marta, las salas que esta (nueva) crisis del cine se llevó por delante hace ahora un año. Pero no seamos pesimistas. El logo de este blog se parece mucho al bello luminoso del Cinema Paradiso. Y está en la entrada de la sala en la que, no lejos de mi casa, sigo viendo cine casi todas las semanas.