23 de octubre de 2015. Cines Parqueastur, Corvera. 3D
Una tormenta repentina en la superficie de Marte mata a uno de los miembros de una misión de la Nasa. O eso es lo que creen los compañeros que logran salir de allí y poner rumbo a la Tierra. Sin embargo, el astronauta no ha muerto. Y tendrá que poner todo su empeño para conseguir cultivar patatas, comunicarse con la Tierra y sobrevivir hasta que llegue un rescate que tardará muchos meses.
En 2013 Cuarón hizo que en Gravity George Clooney salvara a Sandra Bollock en las cercanías de la Tierra. En 2014 Christopher Nolan puso a Matthew McConaughey a buscar en Interstellar un planeta habitable en otra galaxia. Este año le ha tocado el turno a Ridley Scott que ha convertido a Matt Damon en un robinsón marciano. Y eso es lo que más me gusta de esta película, la desolación roja que vimos por primera vez en las fotografías que nos mandó hace casi veinte años aquella Pathfinder que ahora el bueno de Damon reutiliza como sistema de comunicación con la Tierra. Pero Ridley Scott ha decidido que la angustia por la soledad de ese héroe no va a formar parte de las sensaciones del espectador. Y quiere evitarla a toda costa mostrándonos constantemente lo bien que trabajan los muchachos de la Nasa para salvar al soldado Watney. Y es una pena, porque si nos hubiera dejado a solas con este robinsón del siglo XXI su película habría podido acercarse a la calidad de las de Nolan y Cuarón. Lo peor es que su empeño por subrayar el final feliz del rescate hace que se olvide de los mínimos de verosimilitud que en general supo mantener hasta que nuestro astronauta dejo la superficie de Marte. Y es que no deberíamos ver como simultáneos los alegres abrazos en la Tierra y los de los astronautas que se reencuentran cerca de Marte. Es lo que pasa por preferir que la ficción científica escore más hacia lo naif que hacia lo existencial.