28 de diciembre de 2015. Cines Los Prados, Oviedo. V.O.S. 3D
Un piloto que tiene el mapa para localizar a Luke Skywalker es apresado por los malos (que ahora se llaman la Primera Orden), pero antes consigue ponerlo a salvo dándoselo a su simpático androide esférico. Con la ayuda de un soldado negro con alma blanca el piloto consigue escapar, aunque luego se estrella y no sabremos nada más de él hasta el final de la película. El soldado renegado, que ha salido con bien del impacto, se encuentra con una chatarrera que ha rescatado al androide y los tres se unen a los buenos para luchar contra los malos. Al final la chatarrera acaba encontrando a Luke Skywalker.
Supongo que la devoción que muchos profesan por este producto se debe a que les devuelve a su personal galaxia adolescente, al momento en que se encontraron por primera vez con La Fuerza y todo eso. Y supongo que mi repelús ante él también se debe a lo mismo, a la forma en que a mis quince años asistí al estreno de una película que entonces se llamaba La Guerra de las Galaxias y no Star Wars. Fue un domingo por la tarde. La cola había sido larga en el tiempo (comimos muy temprano aquel día) y en el espacio (ocupaba toda la calle Marcos del Torniello). Cuando llegué a la taquilla ya solo quedaban las últimas entradas. Así que me enfrentaba al dilema de ir a clase al día siguiente siendo el único que no podría hablar de la película o verla desde la esquina izquierda de la primera fila del enorme cine Almirante. Entre el ostracismo cinematográfico y tener una visión esquinada de esta historia galáctica opté por lo segundo. Y desde entonces ahí sigo, con un gusto cinematográfico forjado en una juventud más marcada por Bernardo Bertolucci que por George Lucas. De todas formas, aunque reconozco que este tipo de cine me dice poco, creo sinceramente que, si no fuera porque evoca recuerdos adolescentes, Star Wars: El despertar de la fuerza (en la siguiente seguramente el subtítulo ya no será en español) sería una película menor dentro de ese género en el que me parecen muchísimo mejores historias como Guardianes de la Galaxia de James Gunn, Interstellar de Christopher Nolan o la magnífica Gravity de Alfonso Cuarón. Aunque éstas seguramente ni comparten género con esas guerras galácticas surgidas de las postrimerías del cine sobre hazañas bélicas en el Pacífico y de las ganas de llenar de personajes épicos los magníficos escenarios siderales que inauguró Stanley Kubrick nueve años antes. Sin embargo, debo reconocer que hay una idea en esta película que me parece verdaderamente poderosa y clarividente. Me refiero a esa escena en que se ve a los malos chupando toda la energía del Sol para cargar esa mortífera arma con la que pretenden acabar con los buenos. Una metáfora perfecta de lo que está haciendo esta película en nuestros cines. La veo en Los Prados de Oviedo en su tercera semana en cartel y se sigue proyectando en cinco de sus catorce salas. Me pregunto cuántas películas europeas no se habrán estrenado este diciembre o cuántas se habrán quedado sin público por este cáncer cinematográfico procedente de la Primera Orden americana frente al que no parece haber Resistencia que valga. Me pregunto qué tienen en el cerebro esos líderes de algunos partidos políticos que parecían tan dispuestos a luchar contra el imperio del mal en España pero que en la jornada de reflexión no solo fueron gustosos a ver esta película sino que se enorgullecieron de ello en los medios como si hubieran cumplido con una ceremonia de comunión obligatoria. Pero ya digo, debo de ser un cinéfilo esquinado. Quizá porque aquel domingo lejano me tocó ver esta guerra en primera fila y desde la extrema izquierda.