12 de marzo de 2017. Laboral Cinemateca, Gijón. V.O.S.
Los últimos días del Rey Sol en compañía de sus médicos y sus ayudantes más próximos. Vemos de cerca las dudas sobre su enfermedad, los inútiles cuidados que recibió y la reverencia con que era tratado. Y también el dolor y la agonía de un hombre que había concentrado el poder más absoluto.
Dentro de la programación de actividades de la Semana del Audiovisual Contemporáneo (SACO), ayer acompañamos a Albert Serra en una visita que guió por el Museo de Bellas Artes de Asturias (esa maravilla que tenemos la suerte de poder disfrutar en Oviedo). Sus comentarios resultaron de lo más interesantes y en ellos manifestó que de las artes plásticas le interesaban más los aspectos formales que la hermenéutica contextual o historicista. Eso mismo podría decirse también de su magnífica película. Algo tan poco grato como acompañar a un moribundo llega a hacerse una experiencia cautivadora durante estas dos horas que son un verdadero festín visual (y también sonoro, a pesar de que la música sea tan escasa como pertinente). Los encuadres perfectos, la composición de los claroscuros, los objetos, las pelucas y los gestos hacen que la pantalla se convierta en una sucesión de estampas muy bellas con las que asistimos al paso del tiempo para un hombre al que le queda tan poco. Aunque lo formal es seguramente lo más destacable de La muerte de Luis XIV también hay otras perspectivas desde las que la película resulta sobresaliente. Por ejemplo, en la descripción de los cuidados médicos y los debates sobre la forma de tratar su enfermedad. O en el respeto y la parsimonia que preside todo lo que sucede en esa estancia a la que tan pocos debían tener acceso y en la que nosotros permanecemos todo el tiempo. Con una interpretación tan poderosa como la de Jean-Pierre Léaud y una manera de poner la cámara tan atinada como la de Albert Serra es seguro que ni el más exigente rey absoluto podría imaginar que su muerte llegaría a estar tan bien retratada.