2 de agosto de 2017. Cines Los Prados, Oviedo.
Aurore tiene sofocos, va a ser abuela y ha dejado su trabajo. Por suerte, encuentra a un tipo estupendo. El que había sido su primer amor cuando tenía dieciocho años.
No las soporto. Ni las películas de género ni las generacionales. Y esta va de las dos cosas. Siendo francesa debería estar advertido, pero otra vez he caído en la trampa de las buenas críticas. Mi fobia al aislamiento generacional y al esencialismo de los géneros no es solo en el cine. Detesto los eventos solo de hombres o solo de mujeres, los lugares solo para gente joven o solo para gente mayor. Cada vez me parece más lamentable esta deriva a la que estamos asistiendo en la que parece que la diferencias entre las edades y entre los géneros deben ser tan patentes como aquel muro que nos separaba en el patio de la escuela. Hoy parece que las mujeres y los hombres tienen que cargar necesariamente con sus supuestas condiciones potenciales (que no circunstancias puntuales) de victima o de victimario. Como si fuera probable que todas y todos acabemos siéndolo si no nos protegemos o nos controlamos lo suficiente. Como si para evitar que haya víctimas la mejor estrategia fuera generalizar el victimismo y hacernos todos protectores de las pobres mujeres frente a ese demonio en que se puede convertir cualquier hombre por el hecho de serlo. Yo reniego de todo eso. De suponer que, por defecto, las mujeres han ser protegidas y los hombres reeducados. Si fuera mujer no me gustaría que a priori me consideraran vulnerable solo por serlo. De hecho, la vulnerabilidad no me parece un defecto propio de un género sino una virtud humana bastante compartible y reivindicable. En cuanto a las edades del hombre (y de la mujer) me declaro decididamente intergeneracionalista. Soy de los que piensan que, aunque modulados por el tiempo, ni la mirada ni el pensamiento están determinados por él. Pero no me enrollo más. Solo reitero que esta bobada francesa sobre (y para) la mujer madura (así, en singular y con artículo) está a una distancia sideral de otras historias con las que podría compararse. Por ejemplo, con Gloria, la estupenda película chilena de Sebastián Lelio. Si Blandine Lenoir la hubiera visto no habría hecho esto.