13 de marzo de 2018. Casa de la Cultura, Avilés. V.O.S.
Katja vive feliz con su marido y su hijo. Se casaron cuando él estaba en la cárcel y ahora tienen una vida muy estable. Pero todo se rompe cuando el marido y el niño mueren en un atentado contra el local en que él trabaja. Parece claro que lo han cometido una pareja de neonazis pero el juez no encuentra pruebas concluyentes y los deja libres. Katja los encuentra en la costa griega y se inmola matándolos con otra bomba.
Vaya por delante que la película resulta interesante. El tiempo anterior al atentado y el duelo de la madre están muy bien contados. El juicio también, aunque extraña el empeño por señalar que el juez se pasa de garantista. Sin embargo, Fatih Akin no quiere hacer solo un drama apasionante, también quiere hacer cine de tesis. De hecho, el texto final sobre los atentados neonazis en Alemania indica que está comprometido con ideas más que discutibles. Como que la presunción de inocencia sea un lastre o que la venganza pueda estar justificada. Akin seguramente pretende que el público alemán convierta la compasión por la mujer destrozada en comprensión hacia todo lo que hace. Pero eso me parece peligroso. Especialmente en estos días en que los informativos españoles se han convertido en espectáculos obscenos a cuenta del caso almeriense y en que los partidos del populismo normalizado desprecian la racionalidad con oxímoros tan viscerales como el de la prisión permanente revisable.