5 de marzo de 2018. Cines Los Prados, Oviedo.
Larry es un hombre tranquilo que localiza a dos viejos amigos. Uno lleva ahora un bar y es un vitalista desatado. El otro es el reverendo de una comunidad y está siempre mentando a Dios. Los tres fueron muy amigos en Vietnam y, además de recuerdos, comparten viejas amarguras. Larry acaba de perder a su hijo en Irak y quiere que sus amigos le acompañen para recibir su cuerpo y preparar el funeral.
Una película sobre la amistad. Sobre la paternidad. Sobre la pérdida. Sobre la guerra. Sobre los motivos contra ella. Sobre América. Sobre los motivos contra sus gobiernos. Sobre tres hombres maduros que trenzaron en su juventud complicidades peremnes. Todo eso y mucho más es la última película de Linklater. Ese director que retrata como nadie el fluir de la vida y la forma en que lo más cotidiano puede revelar lo más importante. Como siempre en su cine, en La última bandera los personajes se dicen muchas cosas en conversaciones sencillas y perfectas que uno no se cansa de escuchar. Son diálogos que, como en otras películas suyas, tienen lugar en un coche, en un tren o al lado de un ataúd (magnífico, emotivo y más que reconocible ese momento catártico con evocaciones hilarantes en el vagón del tren). Así que Linklater nos ofrece dos horas cautivadoras llenas de sentimiento, ironía y verdad con tres personajes que son la tesis, la antítesis y la síntesis de esa masculinidad americana que fue a la guerra engañada, volvió trastornada y todavía sufre por aquello. La última bandera es, por tanto, un nuevo eslabón superlativo en esa cadena de cine magnífico que viene componiendo un director del que he tenido la suerte de poder ver Slacker, Dazed and confused, Antes del amanecer, Antes del atardecer, Fast Foot Nation, Bernie, Antes del anochecer, Boyhood y Todos queremos algo. Con una trayectoria así, Richard Linklater bien podría merecer premios como los que les dimos a Haneke y a Coppola.