21 de noviembre de 2018. Cines Ocimax, 56º Festival de Cine de Gijón (sección: llendes).
María es una joven que escapa de la secta en la que vivía para refugiarse en una casa que constantemente de transforma. Allí aparecen dos cerditos que ella convertirá en Ana y Pedro. Al principio formará con ellos una familia feliz, pero luego tendrá que pedir ayuda al lobo y finalmente terminará de nuevo en la secta.
Tras el corto Corre Brilla Luz Luz de Miguel Ángel Blanca y Jordi Díaz Fernández sobre un mundo sin pájaros (una idea potente con una ejecución que no lo es tanto) asistimos a la proyección de esta maravilla chilena que es a la vez un magnífico documental sobre una secta, un cuento infantil mutante para adultos y sobre todo una exploración extraordinaria sobre los límites a los que puede llegar un cine de animación que aquí podría llamarse de texturización. Las transformaciones en los objetos y las paredes de la casa acompañadas por un sonido cuidadísimo y una voz con un acento cautivador en el que la calidez chilena se funde con la aspereza del alemán hacen de La casa lobo una joya que uno no sabe si está viendo en una sala de proyecciones de un festival de cine o en la de un museo de arte contemporáneo que ha acertado al exponer el trabajo de estos artistas polifacéticos. El poder de las imágenes es hipnótico y se pasa en un suspiro la hora y pico de este aparente plano secuencia artesano y perfecto. El relato está contado como un cuento infantil algo gore, pero el conjunto (también con el preámbulo y la imagen del epílogo sobre la secta chileno-alemana que motiva la película) es mucho más que una sucesión de imágenes extraordinarias. Es un trabajo que merece todos los premios que reciba. Y no solo por su excelencia técnica.