23 de abril de 2020. Sala Virtual de Cine, Avilés. V.O.S.
Vendedores de libros de Nueva York. Y también coleccionistas. Gente algo rara y mayormente madura que cultiva cierto fetichismo de los libros. O que se dedica a un negocio en el que los libros son considerados en parte como trofeos sentimentales y en parte como mercancías con valor de cambio.
El valor de uso de los libros está en su lectura. Por eso pensaba que era una estupenda idea celebrar el 23 de abril con este preestreno que podría ofrecernos un viaje por las librerías neoyorquinas, esos espacios confortables en los que los lectores y los espectadores tienen oportunidad de encontrarse a través de los libros. Sin embargo, el título de la película (y su cartel en español) engaña. En español librero no es lo mismo que vendedor de libros. Ni tampoco es lo mismo librería que tienda de libros. Y de eso va esta película: de gente que compra y vende libros. Es verdad que los quieren, pero no porque sean cosas para leer, sino porque son cosas para tener. Una lástima, porque ya me relamía pensando en un delicioso recorrido por esa maravillosa ciudad haciendo de la reivindicación de las librerías un alegato similar al que Abel Ferrara hizo sobre los cines en The projectionist, la estupenda película que vimos en la pasada edición del Festival de Gijón. En todo caso, me quedo con la frase que dice la más lúcida de las personas que hablan en este documental. Es una mujer madura que lanza perlas como esta: "Cuando llegué a Nueva York se hablaba del mundo del arte. Ahora se habla del mercado del arte. No hay nada más que añadir".
El valor de uso de los libros está en su lectura. Por eso pensaba que era una estupenda idea celebrar el 23 de abril con este preestreno que podría ofrecernos un viaje por las librerías neoyorquinas, esos espacios confortables en los que los lectores y los espectadores tienen oportunidad de encontrarse a través de los libros. Sin embargo, el título de la película (y su cartel en español) engaña. En español librero no es lo mismo que vendedor de libros. Ni tampoco es lo mismo librería que tienda de libros. Y de eso va esta película: de gente que compra y vende libros. Es verdad que los quieren, pero no porque sean cosas para leer, sino porque son cosas para tener. Una lástima, porque ya me relamía pensando en un delicioso recorrido por esa maravillosa ciudad haciendo de la reivindicación de las librerías un alegato similar al que Abel Ferrara hizo sobre los cines en The projectionist, la estupenda película que vimos en la pasada edición del Festival de Gijón. En todo caso, me quedo con la frase que dice la más lúcida de las personas que hablan en este documental. Es una mujer madura que lanza perlas como esta: "Cuando llegué a Nueva York se hablaba del mundo del arte. Ahora se habla del mercado del arte. No hay nada más que añadir".