de Laura Wandel. Bélgica, 2021. 72’.
26 de enero de 2022. Centro Cultural Valey, Piedras Blancas. V.O.S.
Un planteamiento radicalmente naturalista y un dispositivo formal muy similar al de El hijo de Saúl son probablemente los principios que inspiran esta magnífica opera prima. La cámara sigue y mira siempre a Nora con una profundidad de campo mínima que hace más relevantes los sonidos de esos recreos que realmente no lo son para algunos niños. El cine de los Dardenne y aquella singular película de László Nemes son, seguramente, los referentes de esta película que nos muestra, desde la altura de los niños, ese mundo sórdido que para algunos de ellos puede ser un patio escolar. La interpretación de Maya Vanderbeque es impresionante en el papel de esa niña que primero sufre por su hermano y luego se siente culpable por no querer seguir sufriendo. El tema del acoso escolar es territorio abonado para el maniqueismo, la brocha gorda, los discursos edificantes y los tópicos. Pero nada de eso hay en la película de Laura Wandel. Un pequeño mundo establece un fascinante diálogo formal con El hijo de Saúl en el que su directora tiene el buen tino de moderar la tentación de que sus planos sean tan radicalmente borrosos como los de aquella extraordinaria película que de esa forma sorteaba el riesgo de mostrar lo irrepresentable. Así, la mirada sobre la institución escolar, apenas esbozada en esta película, nos muestra analogías imprevistas, pero muy significativas, entre aquella y los recintos totalitarios. Tampoco resulta casual que el hermano de Nora se llame Abel y solo encuentre una forma de salvarse convirtiéndose en un Caín para Ismael, ese otro niño que se convertirá en víctima y cuyo nombre puede relacionarse metáforicamente con la tragedia palestina. Así que, más allá de las lecciones educativas que nos ofrece esta sobria y magnífica película, hay también una reflexión de mayor calado sobre el carácter esencialmente transitivo de la violencia. La que sufren las víctimas y la que desatan los victimarios.