de Denis Villeneuve. EE.UU., 2021. 155’.
3 de marzo de 2024. Netflix. V.O.S.
El tiempo es dentro ocho mil años. El espacio es el del planeta Arrakis, un lugar desértico en el que hay especia, la materia prima más codiciada. Ese planeta está habitado por los Fremen, unos indígenas con pinta de beduinos que saben lidiar con los inmensos gusanos subarenales. El emperador galáctico encarga a la familia de los Atreides el gobierno del lugar, pero tras el asesinado del duque Leto, su esposa Jessica ha de huir con Paul, el hijo de ambos. Él es un joven con poderes especiales que termina encontrándose con los Fremen, los indígenas de Arrakis.
Lawrence de Arabia en versión galáctica. El poderío visual que Denis Villeneuve demostró en películas como Enemy, La llegada o Blade Runner 2049 lo traslada a esta historia épica que, más que con La guerra de las galaxias, podría querer medirse con el clásico de David Lean. Las imágenes son cautivadoras y esos enormes gusanos que convierten el desierto en un océano tempestuoso me hacen pensar en las obsesiones del capitán Ahab. Hay mucho macherío épico, mucho feudalismo astral, mucha gestualidad milica y todas esas cosas que, desde la Alejandro Magno hasta Netanyahu, me provocan alergia instintiva. Así que, aunque fascinado por estas dos horas y media de imágenes poderosas, lamento que el director de Enemy o La Llegada entregue su tiempo y su creatividad a la dirección de estas megaseries galácticas que resultan muy vistosas, pero muy vacías. De hecho, no ayudan nada a superar de una vez el viejo mito bronco del belicismo macho.